Con Alceste de Gluck en el teatro Real se ha armado una de las típicas marimorenas que tanto animan los teatros de ópera. Y ahora me toca contar cómo lo he visto yo, que fui a la segunda función.
Domingo, 6 de la tarde, primeros de mes, lluvia ligera en Madrid... y se me ocurre ir en coche con el tiempo algo justito... CAOS. Después de dar vueltas y vueltas alrededor del teatro tengo que alejarme y a quince minutos de empezar la función y cuando ya estaba resignado a arruinarme metiendo el coche en un aparcamiento, consigo aparcarlo en la calle Valverde, casi esquina con Colón, y en un sitio imposible rodeado de bolardos.
Y qué interés tiene esto para un blog de ópera, te preguntarás y con razón.
Pues muy sencillo: en 12 minutos exactos fui corriendo desde el coche al Teatro Real (con llovizna y esquivando peatones) y entré en la sala justo cuando estaban cerrando las puertas, así que te puedes imaginar en qué estado llegué. Que aunque en Google Maps ponga que se llega en 14 minutos andando... ni de coña.
Pues ya la tenía montada: cansado, llegando con el tiempo justo, sin poder tomarme mi dosis de cafeína necesaria para aguantar hora y tres cuartos de primera parte de la ópera, música de Gluck, seis de la tarde... ya me veía yo echándome una soberana siesta en la butaca.
Pues no, chico, nada de eso. Aguanté con un jabato. No sé si la carrera me liberó endorfinas, si mis clases de zumba han habituado mi cuerpo al ejercicio aeróbico continuado o qué, pero el caso es que ni asomo de sopor en toda la función.
¿Y por qué? Por Gluck. Señoras y señores, cada vez que asisto a una ópera de Gluck me quedo fascinado por... cómo decirlo... ¿su enjundia? ¿es esa sensación de estar ante algo grande, que trasciende mucho más allá de una obra cantada con música? ¿Síndrome de Stendhal? Es que me ocurrió con
Ifigenia en Táuride y me ha ocurrido con Alceste. Me encuentro apabullado ante algo GRANDE. Alceste es todo un operón, sí señor.
Luego está el tema de cómo lo pusieron en escena. Pero eso, aunque importantísimo ayer, lo comentaré más tarde.
Ivor Bolton, recién nombrado nuevo director musical del teatro, llevó la orquesta de una manera muy fluida, huyendo de la pesadez y el tenebrismo. Puede que su lectura pueda parecer ligera y alejada del dramón que nos están contando. Pero ojo que es una ópera que puede resultar muy pesada si se hace demasiado solemne. Para mi gusto, bien.
El problema principal de esta ópera ha sido la pareja protagonista.
Sinceramente, me da mucha pena haber escuchado a Angela Denoke en este papel. La clase está ahí, el timbre también, la presencia es tremenda, pero no llega. Cuando sube al agudo la voz se le adelgaza al extremo y lo cala. Vale que no todo en la vida son los agudos, pero es que los desafinó todos. Aparte, estaba falta de fuerza, de intensidad. Sólo al principio del tercer acto pude percibir una adecuación al personaje. Y me da rabia después de haberla disfrutado varias veces en directo, joder.
De Paul Groves no me esperaba gran cosa y sin embargo me parece que su voz se adecúa perfectamente al papel de Admète, por timbre y estilo. ¿Qué le ocurre? Lo mismo que a su reina: que cuando sube al agudo la voz se le estrangula. No llega a calar pero se le queda a uno una sensación de angustia de esas de "no va a llegar, no va a llegar" y parece que todo lo salva por los pelos.
Así pues, una pareja protagonista que no está a la altura. Y sobre todo es triste decirlo, pero la cosa da mucho más el cante cuando los secundarios se lucen más que los protagonistas.
La voz de Willard White impresiona nada más sonar en los primeros compases. Al minuto ya vemos que está ya muy desgastada, pero quien tuvo, retuvo, y salva su parte.
El resto de secundarios muy bien, con especial brillo en las voces femeninas del corifeo.
Muy aplaudida fue también la intervención del coro, parte fundamental de esta ópera.
Y llegamos al espinoso asunto de la puesta en escena, a cargo del enfant terrible Warlikowski.
Quien sea tan osado de leerme desde hace tiempo sabrá que hace lustros que dejé de indignarme con las puestas transgresoras y que normalmente me gustan siempre que vea una coherencia en la acción dramática. Además, también disfruto malévolamente viendo cómo los más tradicionalistas se hacen de cruces y se dedican a soltar exabruptos. Además: ¿hay todavía quien se escandaliza de un cambio temporal en una escenografía de ópera? Por favor.
Esta Alceste es todo menos tradicional. Quien quiera ver templos, columnas jónicas y puestas de sol sobre el Egeo que se pase por los salones de la segunda planta del Teatro Real y se vea el rancio y cursilísimo cuadro de la reina Sofía (que hace falta valor para colgar eso de una pared).
Warlikowski tampoco es que haya hecho nada particularmente salvaje con la historia: una mujer se sacrifica por su marido y al final ambos se salvan. Lo que hace es darle matices: la pareja atraviesa dificultades, luego ella se encuentra con que su marido está a punto de morir, y es su amor hacia él y hacia sus hijos lo que la lleva al sacrificio. Finalmente la intercesión ¿divina? hace que se salve pero... ¿a qué precio?
Es en la escena inicial y en la final donde están los elementos que caracterizan esta puesta. Al principio Alceste concede una entrevista donde explica sus problemas matrimoniales. Y el final dista mucho de ser un happy ending: Alceste ha salvado a su marido... ¿para continuar con una existencia angustiosa y gris? Aquí habría que hablar con el director de escena, porque eso es lo que yo entiendo.
El resto es anecdótico y, dentro de lo que cabe, lógico. ¿Que Admète va a morir? Pues lo ponemos en un hospital. ¿Que Alceste ruega a los dioses? Pues a una iglesia. Natural. ¿Que al final van al Hades? Pues qué mejor que un tanatorio. Francamente no veo ahí transgresión alguna o ganas de escandalizar.
También han dado que hablar unas proyecciones, como las de la entrevista del principio o imágenes durante el transcurso de la ópera. A mí no me parecen mal, apoyan el argumento. Lo que me pregunto... ¿con el segundo reparto cambiarán las proyecciones en las que salen los cantantes? ¿eh?
El problema con estos enfants terribles de la escena es que tienen que poner su toque provocador porque si no perderían su reputación. Y en esta Alceste tenemos las boutades de turno: Una bailaora de flamenco en medio de la fiesta que es un pegote, un Hércules maestro de esgrima que no queda claro qué pinta ahí, un Apolo "Santo Fluorescente Intercesor" y, lo que más ha indignado al respetable, un baile de zombis espasmódicos pseudonecrofílicos en la morgue. Elementos que no aportan nada y que parecen colocados para molestar al tradicional y pequeñoburgués espectador medio que tanto odiaba Mortier.
Pero vamos, que tampoco es para tanto. Con dejar de prestar atención es más que suficiente. Y créeme, después de dos minutos de ver a los bailarines temblar dejan de tener interés y uno se vuelve a fijar en la trama principal. Mucho más absurdo fue el
Rey Roger de hace tres años, dónde va a parar.
Al final de la función, algunos gritos y protestas. No sé si uno dijo "ladrones" o "cabrones". Aplausos para la orquesta, coro, comprimarios, White, Groves y algún abucheo para Denoke.
Yo salí bastante contento, la verdad. Sólo me da rabia lo de la protagonista. Pero no voy a gastarme los cuartos en ir al segundo reparto con Tom Randle (el de Brokeback Mountain) y Sofia Soloviy, ya sería excesivo. En fin, creo que es un espectáculo bastante brillante, con una escena que sirve a la ópera matizándola, sin reinterpretarla. Porque el subidón de una carrera contrarreloj no da para tres horas, te lo digo yo.
Christoph Willibald Gluck
Alceste
(versión de París)
Angela Denoke, Paul Groves, Willard White, Magnus Staveland, Thomas Oliemans, Isaac Galán, Fernando Radó, Maria Miró, Oxana Arabadzhieva, César de Frutos, Rodrigo Álvarez.
Ivor Bolton, Krzysztof Warlikowski
Teatro Real, Madrid, domingo 2 de marzo de 2014.