Der Rosenkavalier aterriza en Madrid como gran baza para la temporada navideña y a mí me toca en el abono la última función, es decir, es imposible no estar influido por críticas de prensa o por los habituales comentarios en los foros o blogs de internet. Pero lo conseguí, no leí nada y sólo me llegaron algunos apuntes, y todos decían que eran unas funciones de muy alto nivel.
Suficientes como para quedarme perplejo en el primer acto. ¿Esto es lo maravilloso maravillosísimo? La orquesta renqueante, la mariscala inaudible y todo con un aire "discretito discretito". La leche. Me quedaban todavía dos actos y is amigos estaban celebrando una cena de navidad a tres pasos de allí. Vamos, que las tentaciones para salir pitando me rondaban por la cabeza.
Afortunadamente no lo hice, porque la función levantó el vuelo en el segundo acto y terminó con un tercero precioso.
Pero es que el primer acto... menudo tostón. La orquesta sonaba embarullada y sin ningún brillo. Anne Schwanewilms empezó no fría, lo siguiente. Debe ser que se tomó muy en serio la introspección del personaje y se lo metió tan dentro que los demás ni nos enteramos. Cuando la Mariscala dice eso de "me has peinado como a una vieja" y hasta el final del acto se nos tiene que caer el alma a los pies, y no, fue igual que si dijera "este yogur está caducado". No se trata de cantar piano o de que las mariscalas tengan que tener un torrente de voz (recordemos a la última mariscala en Madrid, una deliciosa Felicity Lott hace diez años), es que la Anne no existía o tenía una mala noche. Ya en el monólogo como que se metió en el papel, pero era tarde, porque nosotros no estábamos metidos en la ópera.
José Manuel Zapata sacó adelante al tenor italiano, graciosísimo en la interpretación y con los agudos apoyados y con esa incertidumbre que hace que pienses eso de "aaaaay, que no va a llegar".
Afortunadamente estaba Joyce DiDonato, metida del todo en su papel, con una muy buena interpretación de Oktavian. Graciosa sin pasarse, suficiente de volumen e intención. Muy bien, me gustó mucho y fue la que salvó el primer acto.
Menos mal que las cosas mejoraron, y para mucho, a partir del segundo. Tate consiguió despertar a la orquesta y sacó todo el jugo a esos valses decadentes de Strauss. De Richard, no de Johann, que ya conozco anécdotas de personas disgustadas en un concierto Strauss por escuchar los cuatro últimos lieder en vez de valses.
Lo dicho, la orquesta, a partir de entonces, estupenda.
Franz Hawlata fue el típico barón Ochs. Justito de voz pero haciendo todos los aspavientos y exageraciones que tocan.
Laurent Naouri muy bien como Faninal, tanto en lo vocal como en lo escénico. Lo que se dice un lujazo de secundario, vamos.
Y Ofelia Sala cumplió bien con Sophie y se sacó unos agudos bien bonitos en la escena de la rosa, perfectamente emparejada con DiDonato. Aparte, también en lo actoral estuvo muy apropiada.
En el tercer acto apareció por fin la Schwanewilms, derrochando la prosodia y expresividad que nos birló en el primer acto. Y con volumen y belleza tímbrica. Menos mal. El trío final, con todos inspiradísimos, llegó a niveles muy altos y conseguí salir de la representación con esa mezcla de sentimientos de ensoñación/resignación desencanto/esperanza que esta ópera te mete en el cuerpo.
La producción es de Wernicke y está disponible en un vídeo con las Fleming, Koch y Damrau y aún así el Teatro Real tiene el morro de anunciar "nueva producción EN el Teatro Real" para confundir al espectador.
Consiste en una serie de paneles con decorados y espejos que los reflejan, formando un estético efecto óptico. Desde Paraíso por lo menos se veía muy logrado. No me hicieron falta pelucas, lámparas ni muebles rococó. Creo que es una ópera que se presta mucho a recargarse de decorados pero que al final estorban. Me gustó mucho la propuesta de Wernicke.
Vamos, que salvo un primer acto bastante bodriete, la sensación final fue de noche más que satisfactoria en el Real y perfecto anticipo de atracón de polvorones y turrones para la navidad.
Suficientes como para quedarme perplejo en el primer acto. ¿Esto es lo maravilloso maravillosísimo? La orquesta renqueante, la mariscala inaudible y todo con un aire "discretito discretito". La leche. Me quedaban todavía dos actos y is amigos estaban celebrando una cena de navidad a tres pasos de allí. Vamos, que las tentaciones para salir pitando me rondaban por la cabeza.
Afortunadamente no lo hice, porque la función levantó el vuelo en el segundo acto y terminó con un tercero precioso.
Pero es que el primer acto... menudo tostón. La orquesta sonaba embarullada y sin ningún brillo. Anne Schwanewilms empezó no fría, lo siguiente. Debe ser que se tomó muy en serio la introspección del personaje y se lo metió tan dentro que los demás ni nos enteramos. Cuando la Mariscala dice eso de "me has peinado como a una vieja" y hasta el final del acto se nos tiene que caer el alma a los pies, y no, fue igual que si dijera "este yogur está caducado". No se trata de cantar piano o de que las mariscalas tengan que tener un torrente de voz (recordemos a la última mariscala en Madrid, una deliciosa Felicity Lott hace diez años), es que la Anne no existía o tenía una mala noche. Ya en el monólogo como que se metió en el papel, pero era tarde, porque nosotros no estábamos metidos en la ópera.
José Manuel Zapata sacó adelante al tenor italiano, graciosísimo en la interpretación y con los agudos apoyados y con esa incertidumbre que hace que pienses eso de "aaaaay, que no va a llegar".
Afortunadamente estaba Joyce DiDonato, metida del todo en su papel, con una muy buena interpretación de Oktavian. Graciosa sin pasarse, suficiente de volumen e intención. Muy bien, me gustó mucho y fue la que salvó el primer acto.
Menos mal que las cosas mejoraron, y para mucho, a partir del segundo. Tate consiguió despertar a la orquesta y sacó todo el jugo a esos valses decadentes de Strauss. De Richard, no de Johann, que ya conozco anécdotas de personas disgustadas en un concierto Strauss por escuchar los cuatro últimos lieder en vez de valses.
Lo dicho, la orquesta, a partir de entonces, estupenda.
Franz Hawlata fue el típico barón Ochs. Justito de voz pero haciendo todos los aspavientos y exageraciones que tocan.
Laurent Naouri muy bien como Faninal, tanto en lo vocal como en lo escénico. Lo que se dice un lujazo de secundario, vamos.
Y Ofelia Sala cumplió bien con Sophie y se sacó unos agudos bien bonitos en la escena de la rosa, perfectamente emparejada con DiDonato. Aparte, también en lo actoral estuvo muy apropiada.
En el tercer acto apareció por fin la Schwanewilms, derrochando la prosodia y expresividad que nos birló en el primer acto. Y con volumen y belleza tímbrica. Menos mal. El trío final, con todos inspiradísimos, llegó a niveles muy altos y conseguí salir de la representación con esa mezcla de sentimientos de ensoñación/resignación desencanto/esperanza que esta ópera te mete en el cuerpo.
La producción es de Wernicke y está disponible en un vídeo con las Fleming, Koch y Damrau y aún así el Teatro Real tiene el morro de anunciar "nueva producción EN el Teatro Real" para confundir al espectador.
Consiste en una serie de paneles con decorados y espejos que los reflejan, formando un estético efecto óptico. Desde Paraíso por lo menos se veía muy logrado. No me hicieron falta pelucas, lámparas ni muebles rococó. Creo que es una ópera que se presta mucho a recargarse de decorados pero que al final estorban. Me gustó mucho la propuesta de Wernicke.
Vamos, que salvo un primer acto bastante bodriete, la sensación final fue de noche más que satisfactoria en el Real y perfecto anticipo de atracón de polvorones y turrones para la navidad.
Richard Strauss
Der Rosenkavalier
Anne Schwanewilms, Joyce DiDonato, Ofelia Sala, Franz Hawlata, Laurent Naouri, José Manuel Zapata
Jeffrey Tate, Herbert Wernicke
Madrid, Teatro Real, miércoles 22 de diciembre de 2010