Qué gustazo que después de tanto siglo XX se nos programe una ópera tan clásica.
Ifigenia en Táuride es una maravilla para los oídos. Escuchándola se da uno cuenta de verdad de eso tan leído de que Gluck es el reformador de la Ópera y el puente entre el Barroco y el Clasicismo. Sin tener ningún fragmento.... llamémoslo "tarareable", la música se mete en la cabeza y va fluyendo con una facilidad pasmosa, haciéndote partícipe del drama. No es una ópera que me pondría en casa para escuchar, pero en teatro se disfruta mucho.
Y encima anoche función sobresaliente, porque todos los elementos estaban a muy alto nivel.
Ovación para orquesta y coro, en su punto, sabiendo lo que tocaban/cantaban y haciéndolo a la perfección.
La producción es muy Carsen: espacio vacío y figurantes componiendo ellos los elementos de escenografía. Algo ya visto en los Diálogos de Carmelitas y que también recordaba a la Kabanova. Nada novedoso pero muy efectivo y yo diría que magistral, porque sólo con espadas, tiza, agua y juegos de luz y sombras consigue explicar perfectamente el argumento, con momentos que ponen los pelos de punta.
Porque vamos a ver las dos maneras de ver el argumento de Ifigenia en Táuride:
1) Ifigenia es una sacerdotisa que debe sacrificar a los dioses a todo extranjero que llegue a la isla de Táuride. Allí llega Orestes, su hermano, aunque no se reconocen. Cuando está a punto de hacer el sacrificio, descubren que son hermanos y la intercesión de Diana les permite huir y volver juntos a Micenas.
Ésta es básicamente la idea que nos pusieron en el Teatro de la Zarzuela hace unos quince años, con Diana Montague acojonada cantando encima de una torre de unos cuatro metros de altura en una producción muy estrambótica de beni Montresor para el Colón de Buenos Aires. El final con la diosa Diana en plan Estatua de la Libertad/Norma Duval con profusión de neones y chiribitas fue de traca.
y 2) Agamenón ha ofrecido en sacrificio a su hija Ifigenia para calmar a los dioses. A la vuelta a casa tras la guerra de Troya, es asesinado por su mujer Clitemnestra (de verduras) y su amante. Su otra hija, con un complejo de Electra que te cagas -cómo se llamaba... cómo se llamaba...-, clama venganza y hace que su hermano Orestes vengue a su padre, matando a madre y amante. Electra se vuelve loca y Orestes acaba atormentado y perseguido por las furias por parricida. Acaba como quien no quiere la cosa en Táuride, donde Ifigenia está de suma sacerdotisa porque Artemisa/Diana la salvó en última instancia pero nadie se había enterado. Ifigenia debe sacrificar a todo extranjero que aparezca por allí y claro, le toca cargarse a su hermano.
Esto es lo que nos cuenta Carsen: un dramón de padre y muy señor mío con una familia en la que los que no se han matado entre ellos están o locos o creyendo que los demás están muertos. El final feliz de la ópera no es tan happy ending como parece: los dioses lo arreglan todo y hala, a volver a Grecia tan panchos pero, ¿en qué estado y a qué precio? El momento final de la obra es sobrecogedor.
Pero claro, por mucha puesta en escena no hay ópera que funcione sin unos intérpretes de nivel. Y ayer estuvieron todos de miedo.
Maite Alberola (la Katiuska alienada) estuvo deliciosa de diosa Diana. Y además cantando desde fuera del escenario con un efecto sonoro muy llamativo.
Paul Groves salvó Pílades pese a algún problema de emisión. Totalmente dentro de estilo, se marcó un final de tercer acto impresionante.
Plácido Domingo, el día de su 70º cumpleaños, que se dice pronto, estuvo estupendo. Vale que no es un papel para tenor y que su estilo de canto no va para nada con el clasicismo, pero joder, para quitarse el sombrero. Y esta vez más porque normalmente Domingo adapta los papeles a su propio estilo de canto (véase el Tamerlano de Händel, donde Bajazet se moría de una manera la mar de verdiana) pero esta vez se ha adaptado él al papel. Y además sin chupar cámara ni robar protagonismo.
Porque la prota la prota la prota es Susan Graham.
Qué maravilla de señora.
Y mira que yo sólo la había escuchado en algún barroco y en el disco de canciones francesas y me esperaba a la típica mezzo de bonito timbre y mucho gusto pero poca voz. ¡Para nada!
Voz homogénea, con proyección, con técnica, bella, expresiva... vamos, todo.
y le daba igual cantar atrás del todo, contra la pared o en la boca del teatro, sin ningún problema para oírsela.
Supo transmitir perfectamente el patetismo de su personaje, sus dudas, sus anhelos. Brava.
Hacía tiempo que no veía lanzar flores al escenario. Vale, ya estaban previstas, pero esta vez, con toda la razón.
Que muy bien, que salí con la satisfacción de haber presenciado un peazo espectáculo.
Ah, obsérvese el quintocoñismo de la posición de mi butaca, y eso que es en la parte baja del Paraíso :-)
Gluck.
Iphigénie en Tauride.
Teatro Real de Madrid, jueves 20 de enero de 2011
Susan Graham, Plácido Domingo, Paul Groves, Maite Alberola, Franck Ferrari
Thomas Hengelbrock, Robert Carsen