Si yo fuera un crítico o un perpetuamente indignado podría hacer sangre de la función del lunes en el Teatro Real de Madrid, pero es que confluyeron tantas incidencias que al final preferí tomármela con sentido del humor e intentar pasarlo bien.
Empecemos por el principio: Les pêcheurs de perles (Los Pescadores de Perlas), de Georges Bizet, en versión concierto y con el reclamo de Juan Diego Flórez (tenor de tenores, según la publicidad) en el papel protagonista. Bueno, la cosa no pintaba mal, ¿no?
Al igual que no soy un fanático mitómano con las grandes estrellonas (véase la Grube) tampoco soy de los que ponen una X cuando un divo me defrauda una vez. Siempre hay una mala noche, o partituras no adecuadas para una voz (o viceberzas, claro). El problema surge cuando van dos veces seguidas que no me convence: a Flórez lo he visto genial en concierto y en aquel Barbero de Sevilla en el que estuvo espectacular, pero tanto en los Puritanos como en estos Pescadores los resultados no han sido nada brillantes.
Lo de los Puritanos se puede achacar a una mala noche, pero lo de los Pescadores es un tema algo más peliagudo. Directamente, Juan Diego Flórez en la actualidad no tiene la vocalidad necesaria para abordar el papel de Nadir. Durante el primer acto no existió. Estuvo reservón, me decían. Pues no, lo siento. No se puede estar reservón en una ópera que tiene sus dos grandes momentos en el primer acto, precisamente. Y menos una primera figura de la lírica.
En el dúo con el barítono, la parte más inspirada de la ópera, casi ni se le oyó, y el Je crois entendre encore lo abordó a media voz, lentísima, y con problemas de afinación. Al final del aria se produjo un silencio sepulcral de un segundo antes de los aplausos de cortesía, demostración de que el público se había quedado totalmente desconcertado.
Cuando finalizó el primer acto en Paraíso se mascaba la tragedia: la orquesta había ido pachín pachín bastante desmandada, arrastrando a un coro al que no se le entendía ni media palabra. El tenor, flojito y la soprano con un timbre la mar de poco agradable. Para colmo de males, arriba había un señor con un aparato respirador que estuvo haciendo un ruido totalmente desconcentrante durante todo el acto. El tío que estaba a su lado se enfadó y no se le ocurrió otra cosa que quedarse de pie en primera fila, molestando la visión a los de atrás. Y encima el muy gilipollas en el descanso decía que tenía razón y presumía de haberles jodido la función a los demás. Hay gente malrollera, desde luego. Vamos, que la cosa estaba más que tensa.
Pero la sangre no corrió, porque la segunda parte estuvo bastante mejor. La orquesta se controló, y el tenor abordó de manera correcta la serenata y en el dúo con la soprano estuvo muy bien, y todos finalizaron la ópera más que dignamente. ¿Entonces? ¿Qué había pasado antes? Ah, misterios tenoriles de ayer, hoy y siempre. Además, todos los elementos ruidosos molestos se cambiaron de sitio y no hubo guerra en Paraíso.
Esa es otra, estaba todo vendido, pero en mi fila (de butacas a 11 euros), sólo estábamos tres, en pupitres de tribuna otros tantos y abajo similar. Y enfrente tres cuartas partes de lo mismo. Y oye, que es una ópera en concierto, que se ve perfectamente aunque estés lateral. ¿Semana Santa? No sé. A mí en la segunda parte se me vino una señora a bravear al lado diciéndome que ella era "muy forofa".
Una vez abordado el tema Flórez, que oye, chica, es el reclamo, es de lo que hay que hablar, paso a los siguientes.
Patrizia Ciofi es una soprano muy lista, que sabe adecuar su instrumento a las circunstancias y consigue solucionar sabiamente los papeles a los que se enfrenta, que no son moco de pavo. El problema es el timbre, esa veladura o gangosidad sutherlaniana que me pone muy de los nervios. Dan ganas de darle un vasito de leche caliente con miel a ver si se le aclara, o que por lo menos suelte el gargajo. Y soy testigo de que a veces lo hace, pues en el famoso Rigoletto del bis con Nucci de hace unos años hubo una especie de contagio generalizado entre todos los cantantes, que se espolearon los unos a los otros para dejarnos una noche fantástica, incluida ella. Léïla es un papel que requiere coloratura pero también intensidad dramática. La Ciofi se lució en los tremolitos y cargó las tintas interpretativas en las partes más duras. Ya te digo, muy lista. De hecho, fue la única que "interpretó" en esta versión de concierto. Además, estaba como muy metida en papel, con un pañuelo chal que le hizo de velo en el primer acto y un vestido de inspiración oriental (una especie de pantalones tapados por media falda). Muy del paki de la esquina. Aunque esa es otra, Patrizia: salir a cantar una ópera en pantalones, por muy en versión concierto que sea, es tan inapropiado como presentar Eurovisión de corto (Ulrika, Ulrika).
Mariusz Kwiecień fue el triunfador vocal de la noche. Zurga no le presenta dificultades y exhibió belleza de timbre, potencia y estilo. Muy, pero que muy bien. ¿Que hay que ponerle peros porque si no esto no es un blog? Pues vale, un poquito pétreo y llegó cansado al final. Pero vamos, estupendo, da gusto oírlo.
Roberto Tagliavini hizo bien sus cuatro frasecitas (el papel no tiene mucho más) y paseó palmito por el escenario (que voy que vengo como doña Anita entrando y saliendo).
Les pêcheurs de perles es una ópera un poquito irregular. Empieza con un rollo exotismo oriental que la verdad asusta un poco (ya sabemos cómo eran de aficionados los franceses en el siglo XIX a desarrollar historias en países remotos, véase Carmen del mismo compositor), pero luego la partitura se mete en melodías más "convencionales", por así decirlo. Entonces llega el dúo "Au fond du temple saint", que es una maravilla, y ya te deja embobado para el resto de la obra. Además, Bizet se dio cuenta, y repite el tema del dúo en varios momentos de la ópera cada vez que se quiere poner íntimo (me imagino a los wagnerianos atacados con tal sacrilegio del concepto de leitmotiv). El aria del tenor es otro highlight imprescindible, la de la soprano no le quedó tan inspirada. Y el dúo soprano-tenor, si se hace bien, también es muy lucido. Al final yo me lo pasé bastante bien en la ópera. Sin ser una maravilla, es digna de ser conocida.
Ahora,
que me la pongan escenificada, por favor (y a ser posible con el Nathan
Gunn de hace unos años enseñando pectoralia.com), con mucho colorinchi,
bailes de Bollywood, velos, medallitas doradas, olor a canela y budas
con moño de los que te venden en las tiendas de decoración cutres.
Porque el argumento se las trae. Además, me recordó mucho lo del
Devereux de hace unos días: te condeno a muerte porque quieres a otro
per hay una joya de por medio que puede salvarte. Y no cuento aquí el
final para no desvelar misterios, jajaja.
Porque
jodó con la versión en concierto: es que la interacción entre los
cantantes fue nula. Ni una mirada, ni un acercamiento, ni tocarse. Ya
digo, sólo la Ciofi parecía estar implicada. El resto, como si
estuvieran grabando un disco, cada uno en su atril y punto. Diferencia
abismal de nuevo con el Devereux de hace unas semanas, en el que daba
igual que no hubiera decorado.
En fin, espero que para las dos funciones que quedan Flórez coja aliento y confianza y pueda mejorar su prestación como Nadir, porque la experiencia merece la pena.
En fin, espero que para las dos funciones que quedan Flórez coja aliento y confianza y pueda mejorar su prestación como Nadir, porque la experiencia merece la pena.
Georges Bizet
Les pêcheurs de perles.
Teatro Real de Madrid, lunes 25 de marzo de 2013.
Juan Diego Flórez, Patrizia Ciofi, Mariusz Kwiecień, Roberto Tagliavini
Daniel Oren.