lunes, abril 29, 2013

Giulio Cesare en el cine

 

  
Mi primera experiencia de ópera en el cine ha sido el Giulio Cesare in Egitto de Händel este sábado pasado. Y oye, muy positiva la cosa. Primero, porque es una gran ópera, está entre mis favoritas y el resultado artístico fue muy satisfactorio. Además, era casi como estar en el teatro, porque era en directo desde el Met de Nueva York.

Lo de acercarse a un CCR a ver una ópera en el cine tiene su gracia, máxime cuando las demás salas están ocupadas por familias de niños vociferantes, que la sesión empezaba a las seis de la tarde.


Que esa es otra, Julio César dura sus buenas casi cuatro horitas, plus intermedios. O sea que la tarde se nos puso en entrar a las seis y salir... ¡a las once menos cuarto! Muy tremendo.

Menos mal que habíamos sido previsores y nos habíamos llevado la merienda. Unos sandwiches envasados y una lata de bebida que metimos en el cine de extranjis y nos tomamos a escondidas en unos silloncitos escondidos en el segundo entreacto. Y estábamos allí nosotros tan discretos cuando vemos que otros asistentes habían hecho lo propio y que otras dos señoras llegaron con la ensalada en un túper y se sacaron allí los cubiertos sin el más mínimo recato. Nada, tranquis, para la próxima ya acostumbrados. Pero es que claro, ¡no íbamos a comprar palomitas! Son muy poco apropiadas para una ópera, vamos digo yo.

Que esa es otra, menudo público más silencioso. Vamos, la gente educadísima. Nada que ver con los murmullos constantes del teatro, los bolsos, los caramelos y las toses. Una gozada.


La experiencia cinematográfica es como ponerte el DVD en casa pero en pantalla gigante. Vamos, que se le ven todas las patas de gallo a la pobre Cleopatra y los empastes (sí, los empastes de los dientes) a la mezzo que hacía de Sesto. La calidad del vídeo es muy alta, salvo algún ocasional problema de barrido de movimiento que como que se entrecortaba y un momento de desenfoque. El audio también es muy bueno, pero se notaban diferencias notables cuando los cantantes estaban cerca o no de los micrófonos. 

Lo que sí que eché en falta fue un poco más de volumen. Quizás es que yo estoy acostumbrado a ver las óperas en casa a toda tralla o que cuando me meto en el cine me gusta estar atronado. Pero es que también en la sala de al lado teníamos la fantástica película COMBUSTIÓN, que creo que va de carreras de coches, y los burrrrrummm burrrrrrrummm se notaban mucho.

Otra cosa a tener en cuenta es el precio: 18 euros. Jodó. Caro para meterte en un cine, por muy en directo que sea la representación. Ya maquinaremos, ya.


Una cosa graciosa es que en los entreactos la cámara se pasa detrás del escenario y se ve a los tramoyistas trabajando mientras doña Renée Penicilina Fleming nos cuenta la ópera y entrevista a los cantantes en un inglés modélico y con una pronunciación perfecta. Qué fina y elegante es esta señora siempre.

En fin, que como experiencia fue muy gratificante, y si te encuentras con amigos y otros conocidos en el cine pues fantástico, como ir al Real pero sin tener que subir cinco pisos de escaleras.

Bueno, y como ir al Real no, que es la Metropolitan Opera de Nueva York. Allí hay dinero y hay nivel. Menudo nivel. Qué pedazo de reparto. Que vamos, ya estábamos comparando con el birrión de Don Giovanni que nos plantaron aquí este mes. En Madrid había que esforzarse por encontrar quién era buen cantante, en NYC al revés, eran todos tan buenos que de hacerlo habría que buscar quién desmerecía.


David Daniels era Julio César. Empezó un poco flojo, ahogándose en las agilidades. Me dio miedo, parece que ha perdido en los últimos tiempos. Y no es tan mayor, que sólo tiene 47 años. Afortunadamente al poco se centró y ofreció todo un depliegue de estilazo y belleza tímbrica, especialmente en las arias más sentidas. Interpretativamente muy correcto, y visualmente ha pasado de cub a bear. 


Celopatra fue Natalie Dessay. ¡Qué señora! Qué artistaza. Ya quedan lejanos los tiempos de los sobreagudos exosféricos. No los tiene, ni falta que le hacen, porque tiene un dominio de la técnica y la expresión que se pone por delante de su estado vocal actual, que no es el óptimo. Hace lo que las grandes: hacer suyo el personaje, no que el personaje la lleve a ella. La interpretación es sobresaliente: canta, baila (mucho), emociona y en las partes cómicas directamente se sale. Qué buena es. Porque vale que haya un trabajo de dirección de cantantes muy buena y que el director le marque todo lo que tiene que hacer, ¡pero es que hay que saber hacerlo! Se come la escena, se la come. Una gozada. Se le entrecortó la voz un par de veces, ¿y qué? Prefiero dos fallos dentro de una interpretación fantástica a una mediocridad correcta y aburrida. Olé la Dessay.


Y luego los secundarios. Es que no parábamos de decirlo: ¡Qué buenos son! Y es de jusiticia empezar por el Tolomeo de Christophe Dumaux. Qué tío. Voz de contratenor con fuerza y agilidad. Bárbaro. Sensacional. Además, en el tercer acto nos pegó una pirueta en el aire que nos dejó patitiesos. Y de interpretación fabuloso también. Un diez.


Luego Sesto. Alice Coote. De dejar la boca abierta. Y mira que el papel de Sesto lo odio a muerte, que se pasa toda la ópera clamando venganza. Y encima, como es tan extenso, si te toca una mala cantante se sufre mucho. Pues ole con la señora Coote, de abajo a arriba con una brillantez sorprendente. Muy bien. Ah, el estilismo era un poco en plan rollo "en cuanto termine la ópera salgo pitando que tengo que abrir la librería Berkana".


A su lado, la Cornelia de Patricia Bardon (o Deborah Kerr robándole el frasco de laca a Isabel Tocino) dio también una lección de canto. Potente, matizada, elegante. En definitiva, en su papel. Qué pedazo de dúo se marcaron las dos al final del primer acto. Muy buena.

Nireno fue Rachid Ben Abdeslam, muuuuy eunucomariquita él en una interpretación de trazos gruesos pero muy graciosa. La voz era más grave que la de los otros contratenores. Bien, sin maravillar en su única aria. La baza estaba en la parte actoral. John Moore, Curio, la verdad es que cantar, canta poco. Pero el hombre también actuó bien, caramba.


Y Achilla fue Guido Loconsolo. Y aquí nos preguntamos: ¿a éste lo han contratado por la voz o por el pedazo de tiarrón que es? Porque vamos, es un chulazo en toda regla. Y más con ese aire macho-man de voy con la chaqueta desabrochada para que se me intuya el pecholobo y luego cuando me la quito saco el tatuaje tribal que parece que acabo de salir de la Kluster. Tremendo. Suspiros generalizados cada vez que aparecía. Pero bueno, resulta que el señor también sabe cantar y tiene una voz baritonal algo tosca pero muy disciplinada, porque se adaptó perfectamente al estilo barroco. Muy bien.

La orquesta estuvo dirigida por Harry Bicket con soltura y ligereza. O sea, lo ideal para esta ópera. Todos los cantantes hicieron sus da capo con variaciones, como debe ser (y como el público espera) y acompañó perfectamente. Como no se esperaba menos, estuvo impecable el violinista que salió en el aria diálogo de César con el violín.


La producción de este Julio César es una delicia. Que mira que es una ópera larga que se puede hacer pesadísima. David McVicar hace una ópera dinámica, ágil, plagada de detallitos que evitan la monotonía. Y sobre todo mimando cada personaje, perfectamente definido. La pareja Nireno - Cleopatra es de una comicidad bárbara. Y luego está el tema de las coreografías, no sólo graciosas sino también con su intención dramática, como en el caso del aria de la caza. Buenísima la lucha de Tolomeo-Achilla del primer acto y espectacular el Da tempeste. Si yo soy la soprano y me mandan hacer ESO mando al regisseur a tomar viento, vamos. (Aquí abajo el vídeo de Danielle de Niese haciendo el mismo numerito con mucha menos gracia.)



La escenografía es sencilla: cuatro arcos arquitrabados, tres telones y un mar barroco al fondo con barquitos (nuevamente sensacional el cambio de barcos de vela a acorazados de guerra en el último acto). No hace falta más. Lo demás lo pone la imaginación de McVicar y el buen hacer de los cantantes y figurantes.


Se convierte desde ya en mi Giulio Cesare de referencia escenográfico, sobrepasando al que era mi favorito hasta ahora, el de Sydney con Yvonne Kenny y Graham Pushee (muy, pero que muy recomendable).

En fin, ¿tú sabes lo que es salir del cine después de cinco horas tarareando temas händelianos y con una sonrisa de oreja a oreja? Pues eso es lo que hicimos nosotros. Una auténtica gozada.


Georg Friedrich Händel
Giulio Cesare in Egitto
David Daniels, Natalie Dessay, Patricia Bardon, Alice Coote, Christophe Dumaux, Guido Loconsolo, Rachid Ben Adbeslam, John Moore
Harry Bicket, David McVicar
Metropolitan Opera House, Nueva York, sábado 27 de abril de 2013.

lunes, abril 22, 2013

Don Tchiovanni

 
Ay, mira que me lo habían dicho: que me iba a aburrir, que los cantantes eran un birria, que la orquesta un plomo y que la puesta en escena una memez. Y yo que no que no que no, que seguro que me divierto, que a mí esas cosas de darle la vuelta a las óperas me suelen gustar mucho siempre que se mantenga una coherencia dramática.

Pues chico, me aburrí.

Don Giovanni de Mozart. Esta vez convertido en el drama de una familia acomodada con cuñado díscolo. Y bueno, el primer acto tiene un pase, no ocurre nada extravagante que no suceda ya en el libreto original. Don Juan se acuesta con Doña Ana, mata al comendador y luego pretende a Zerlina bajo la mirada de Masetto y Doña Elvira. Leporello es el testigo de todo y Don Octavio el candoroso amor de Doña Ana. ¿Que metemos relaciones de parentesco entre ellos? Vale. ¿Que doña Ana no es engañada sino que sabe muy bien lo que hace? Nada del otro jueves. ¿Que convertimos a doña Elvira en una adicta a los psicofármacos? Pues sí, pero es que de siempre es un personaje un tanto chiflado. Hasta ahí todo correcto.

Pero en el segundo acto las cosas no es que se desmanden, es que al señor regisseurin se le acaba la inspiración y lo más que hace es revolcar a los personajes sobre la alfombra y llegar al recurso fácil de convertir a don Giovanni en un borracho desquiciado al que le dan ataques. Y hala, con eso ya tenemos solucionada la ópera. A Doña Elvira la vestimos de exploradora Amundsen en el Polo Norte y para arreglar lo del comendador hacemos que sea la familia la que contrate a un actor que haga de doble y así volver loco a Don Giovanni. Y de esto nos enteramos porque hemos leído algo previamente, que si estás en el teatro y lo ves te quedas con un enorme WTF. Aburrido.

Mención especial para los telones que caían abruptamente tras cada escena y en los que aparecían carteles tipo cine mudo con indicaciones de tiempo: "tres días después"... etc. Geniales, porque con el ruido te despertaban del sopor generalizado.


En fin, una mamarrachez. Recomiendo ver el fantástico Don Giovanni del Liceo dirigido por el burgalés Calixto Bieito y que tanta polémica levantó en su día. Eso sí que es dar una vuelta a la ópera con tensión y gracia. Esta producción de Tcherniakov también está en vídeo, de su estreno en el Festival de Aix del año pasado. Busquen, comparen y...


Pero bueno, lo de la producción se puede pasar por alto. Porque la verdad yo he visto Giovannis clásicos que eran un absoluto tostón. Pero es que el nivel artístico fue mediocrín mediocrín.


Se han cargado mucho las tintas contra el director musical, Alejo Pérez. Que si lento y pesado. Vamos a ver, yo cuando voy a un mozart quiero escuchar a Mozart, y no a un Verdi o a un Wagner como pretenden algunos. Y en ese sentido no me pareció mal. Igual que me gustaba López-Cobos cuando hacía mozart. (Ah, anatema, se me echarán encima ahora todas las maricrispadas operísticas, lo que he soltado). Pero también es cierto que Don Giovanni requiere un pulso y una intensidad dramática que el señor Pérez no le supo dar y sí, en ese sentido, la orquesta anduvo algo perezosa. Pero vamos, no de desastre.

El problema fue el mismo Don Giovanni. ¿Cómo se puede contratar a Russell Braun para este papel? En el primer acto no se le oyó apenas. En el segundo sólo la serenata (ah, es verdad, que aquí no hay orquesta) y acabó por no oírsele nada al final de la ópera. Pero nada nada. Una ópera con el rol principal ausente. Guay.


Donna Anna. ¿Y ésta es la tan celebrada Christine Schäfer? Inexistente y tremolante en el primer acto, la señora se lo guardó todo para hacer un muy buen "Non mi dir" al final de la ópera. ¡Eso no vale!

Leporello. Kyle Ketelsen. Ni fu ni fa. Bien en los recitativos, cortito en las arias. También es verdad que le hacían pegar saltos, dar vueltas, etc.

El comendador. Anatoli Kotscherga. Bien en su breve intervención en el primer acto, pero en el segundo le metieron una amplificación extrañísima.


Masetto y Zerlina: David Bizic y Mojca Erdmann. Intrascendentes. Ella tiene una voz bonita, pero pequeñísima.

Don Ottavio. Paul Groves. Decente en el "Dalla sua pace", las pasó canutas con "Il mio tesoro". Debido a los abucheos en otras funciones, el director no dejó ni un nanosegundo para aplausos al terminar ésta. Aún así, uno de abajo soltó un "bravo".

Donna Elvira. Ainhoa Arteta. La única que mantuvo el nivel en todo momento. Demostración de que una voz amplia no está reñida con el repertorio mozartiano. La mejor. Además, estupenda como actriz. Tirón de orejas al enfant terrible Tcherniakov que le hizo cantar el "Mi tradi" revolcándose, mirando hacia abajo, dando vueltas y, en definitiva, cargándose el aria.


Los saludos fueron comunitarios, director de orquesta incluido, y duraron cero coma. Yo creo que ellos mismos eran conscientes de que redondas, lo que se dicen redondas, no han salido las funciones. Vamos, superparanada.

Que sí, que me puedes poner las bobadas de Tcherniakov, pero si hay un reparto que levante la representación pues qué más da. O si hay uno del elenco que flojea siempre habrá otros que lo compensen. Pero es que esta vez no. Es que sólo se salvaban las doñas, y la Ana con mucho morro.

En definitiva, flojito flojito.


Wolfgang Amadé Mozart.
Don Giovanni
Teatro Real de Madrid, domingo, 21 de abril de 2013
Russell Braun, Christine Schäfer, Ainhoa Arteta, Kyle Ketelsen, Paul Groves, Mojca Erdmann, David Bizic, Anatoli Kotscherga.
Alejo Pérez, Dmitri Tcherniakov



Mira

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