Mi visión personal (y limitada) del mundo de la ópera. No esperes leer aquí tesis doctorales ni críticas periodísticas. Relax y a disfrutar.
martes, diciembre 26, 2006
Manon Lescaut. Liceo de Barcelona. 23/12/06
Gran noche la del sábado en Barcelona. Bueno, noche... y más, porque con los modernos sistemas de decorados que tiene el teatro... ¿quién coño se cree lo de que haya que haber 3 entreactos de media hora por la complejidad escénica? ¿No sería más bien que alguien no quiere llegar cansada al 4º acto? El caso, que una ópera de dos horitas de música se convirtió en 3 horas y cuarenta minutos. Y además, con sensación de coitus interruptus, ya que cuando uno empezaba a emocionarse, zas, intermedio. En fin. Noche "social" para ver y dejarse ver. Para ser Barcelona y casi Nochebuena no había mucho lentejueleo ni modelito imposible, estarían preparando la lombarda.
La representación fue estupenda. Primero, un susto: cambian al tenor el mismo día de la función. Sergej Larin cancela y nos ponen a Marcello Giordani. Y empieza la función y sale un tenorino al que no se oye nada y yo ya haciéndome de cruces. Sólo era un susto, se trataba de Israel Lozano, que hacía el papel secundario de Edmondo, menos mal. Giordani cumplió la papeleta de la sustitución a última hora. Empezó un poco chillón pero en cuanto calentó la voz ofreció un gran Des Grieux, con agudos potentes y buena interpretación.
Pero la que se llevó el gato al agua fue Maria Guleghina. Qué señora más estupenda. Tiene una voz de las que llenan los teatros, capaz de soltar fortes atronadores y luego irse a filados exquisitos. Y también llena la escena. Es buena actriz, expresiva sin ser exagerada. Vocalmente cala algún agudo y algún punto de afinación es discutible, pero vamos, yo prefiero eso a una sosa de chichinabo que dé las notas pero que no me llegue. Tremenda.
El resto del reparto, correcto, con la sorpresa de ver a dos veteranos en papeles secundarios: José Ruiz como el farolero y René Kollo como el maestro de música.
Cuando leí las críticas en la prensa me quedé de piedra. Hablaban de la musicalidad pucciniana reflejada a la perfección en la orquesta y de poco menos que una maravilla de director musical, Renato Palumbo. Pero cooooooooño, SI SONÓ HORRIBLE. Yo no soy muy tiquismiquis con las orquestas, pero joder, que los tempi eran espantosos: en los momentos más intensos eran exasperantemente lentos y luego iba a toda hostia y metiendo zambombazos con la percusión. Y desafinaban. Y las cuerdas entraban cada una cuando quería. El intermezzo fue un despropósito total, donde el lirismo brillaba por su ausencia. Y el concertante del puerto...
La producción, preciosa, es la de la Scala que está en DVD con Muti, Cura y Guleghina. La dirección de escena de Liliana Cavani dejó fluir el argumento naturalmente, sin inmiscuirse ni molestar. Perfecta.
Gran y larguísima noche de víspera de nochebuena. Pero, salvo por la orquesta, con una agradabilísima sensación de haber asistido a una gran función.
martes, diciembre 12, 2006
Alagna se cabrea y abandona la Scala
Roberto Alagna se cabrea por los abucheos recibidos por el grupo de revientafunciones de la Scala (los viudos de Callas y sus sucesores) y abandona la Aida en medio de la representación.
Nuevo ataque de divitis del tenor, que el año que viene canta el Manrico en Madrid, y nueva gilipollez de un reducido grupúsculo de gente que disfruta jodiendo al personal.
Edito porque la cosa trae cola:
La historia: La noche de la premiere, Alagna hace un correcto Radamès, que no es muy bien acogido por el público.
El divo se mosquea porque se haya aplaudido más al bailarín que a él y hace ciertas declaraciones contra los fanáticos escalígeros.
En la siguiente función, abucheos tras el Celeste Aida, Alagna que se cabrea y abandona tan panchamente.
Gran escándalo. La Scala y Decca (que iba agrabar las funciones para editar un dvd) amenazan con denunciar al tenor.
Al día siguiente, Alagna concede entrevistas haciéndose la víctima.
Zeffirelli, el director de escena, arremete contra él.
Hoy Alagna se presneta en el teatro para seguir con ensayos y representaciones y se le niega la entrada.
Alagna amenaza con denunciar al teatro por hostigamiento en el lugar de trabajo.
Telaaaaaaa.
Toda la información, con su dosis de humor, en Opera Chic, y mi visión en mi blog oficial.
lunes, diciembre 11, 2006
Les Contes d'Hoffmann. Teatro Real. Madrid
A nivel general, todo fue demasiado estático: una pena que el director de escena no supiera aprovechar los preciosos decorados de Frigerio. No sabía mover a las masas y sólo se preocupó de la teatralidad en el acto de Antonia. Idem con la dirección musical, bastante anodina. Si le sumamos que esta ópera no entra en chicha hasta pasada una hora, el principio fue un pelín desesperante. Pero fue aparecer Olympia y ya todo fue sobre ruedas.
Marcus Haddock hizo el ingratísimo papel de Hoffmann, que es como Don carlo: no para de cantar como un descosido durante toda la ópera pero no tiene ningún momento espectacular. Estuvo muy correcto, pero sin emocionar. Los cuatro papeles de malo, a cargo de Giorgio Surian, para olvidar. Sólo con Antonia estuvo lucido. Estupendos los 4 criados de Pierre Lefebvre con momentito de "aquí me luzco" y más que bien el Nicklausse de Ekaterina Gubanova, que sustituía a la Ganassi (la que respira como una búfala).
Las chicas, que son lo que mola en esta ópera:
Desirée Rancatore se quitó la espina de su aburridísima Konstanze de hace unos meses cantando una Olympia simpatiquísima. Desafinó lo que quiso y más, pero se marcó unos sobreagudos acojonantes, unas morcillas no incluidas en el papel y estuvo tan graciosa como muñeca que se quedó con el teatro. Muy bien.
Nadja Michael, la primera Giulietta que cecea. Qué dicción, por dior. Rotundísima de voz, nada sutil. Bien. Su escena de la famosísima barcarola se la cargó el director de escena, un tal Nicolas Joel, componiendo el cuadro más cutre de toda la ópera.
Y la gran triunfadora de la noche: Inva Mula como Antonia. Qué preciosidad de voz, qué modulación y qué bien cantada (con lo cursi que puede parecer este papel). Esta chica se supera año a año. Además, su acto fue el único en el que se esmeraron los directores musical y de escena, y el decorado, precioso. Un puntazo.
Me ha gustado bastante, aunque me haya costado entrar en ella. Bonita, pero sin ser espectacular. No son Ramey, Shicoff, Dessay, Gallardo-Domâs y Graves en el fabuloso vídeo de la Scala, vamos, pero para el nivel que tenemos en Mandril (y quitando al malo, que era malo pero de verdad), todo más que aceptable.
Ni que decir tiene que los fragmentos musicales que he incluido no corresponden a la función del Real. Faltaría plus. Si no los oyes bien, recarga la página.
martes, diciembre 05, 2006
La Traviata. Argumento
El fanático-operático y sus dogmas de fe
Antes de analizar la tipología de faunas que pueblan la ópera hay que asimilar algunos conceptos. Las siguientes líneas reflejan exageradamente las características del fanático-operático, un auténtico monstruo que puebla los teatros. Todos los aficionados a la ópera tenemos algo de fanáticos, pero sólo unos cuantos cumplen todas las pautas de comportamiento. Eso sí, los que las cumplen, dan miedo. He aquí, llevadas al extremo, esas peculiaridades:
El aficionado a la ópera tiende al pedantismo. Es inevitable, independiente de su orientación sexual y muy contagioso. En toda conversación escuchada en un entreacto, tiende siempre a la comparación. Si la función es un desastre, hay mil más con las que comparar. Si en cambio es una maravilla, siempre hay una referencia discográfica o escénica anterior que es muchísimo mejor. Es dogma de fe.
Además, es importante dejar claro que uno conoce todas las referencias históricas. Es la mal llamada enfermedad de la “referencitis”: Cuando uno dice “la Adriana de Tokio”, el buen aficionado debe saber ya que se refiere a la Adriana Lecouvreur de Caballé, Carreras y Cossotto de 1976. En estas citas hay que omitir todos los detalles, la frase debe ser simple, contundente y definitiva: “la Carmen de Glyndebourne”.
Esta repimpollez hace que el operafático sea incapaz de mantener una conversación sobre el género delante de no-aficionados. Su tendencia a ofrecer gratuitamente una avalancha de datos, incluyendo detalles innecesarios sobre fechas, lugares y personas desconocidas para el resto de los mortales del mundo real, hacen que estos últimos huyan aterrorizados cuando se acerca un fanático-operático, que es incapaz de entender que vive en otro mundo.
Otro dogma de fe: Cuanto más antigua sea y peor sonido tenga una grabación, es más valiosa. Si el ruido de fondo suena a sartén con huevos fritos saltando, la música está tapada por compulsivos ataques de tos del público y el apuntador se oye claramente: puntos a favor. Si además se escucha la voz de un locutor de radio en idioma lo más exótico posible, la grabación puede llegar a la categoría de referencia absoluta.
Tercer dogma, derivado del anterior: todo lo comercial es malo. Sólo son aceptables las grabaciones en directo. Cualquier disco de estudio es detestable porque hay trucos técnicos de por medio. Si un cantante o director tiene éxito comercial, su estimación baja puntos. Si ya llega a ser famoso, no merece ni un mínimo de atención ya que su éxito se debe a campañas publicitarias y su carrera avanza en detrimento de las de otros cantantes con más valía que no graban discos.
El problema ha aumentado su magnitud a partir de la popularización de la banda ancha de internet, el emule, los torrents, youtubes, las radios online y rapidshares. Ahora mismo la cantidad de documentos históricos es tan inmensa que para estar al día en referencias hay que estar con la ópera pegada a la oreja todo el día. Sólo los extremadamente fanáticos lo consiguen. Se vuelven locos para buscar las programaciones de las emisoras online, graban todo lo que pillan, investigan y comparten en foros de internet todo tipo de grabaciones. Su referencitis se agudiza, su desprecio por los habitantes del mundo real se incrementa y su alejamiento de la realidad es más notorio.
Porque otra característica del mega-aficionado es la vehemencia. Un fanático defiende a sus ídolos con sangre si es necesario. Hace años eran famosos los “viudos de Callas”, especialmente en Italia, que se dedicaban a reventar funciones a sopranos que se atrevían con algún papel que hubiera cantado la Divina. Por edad, estos viudos van siendo sustituidos por otros, más modernos pero no menos agresivos. En España cobran especial virulencia los krausistas, que no sólo son incapaces de reconocerle el más mínimo fallo a Alfredo Kraus, sino que atacan con agresividad cualquier interpretación de sus roles más emblemáticos por parte de otro tenor. Son imposiblas. Las vehementes aplauden que parece que les va la vida en ello, y asimismo abuchean y se despepitan gritando enloquecidamente si algo no les gusta. En los teatros hacen mucho ruido aunque luego sean sólo tres o cuatro. En las crónicas posteriores dirán que “el público abucheó” cuando en realidad era sólo una limitada pandilla de desquiciadas que se creen por encima del bien y del mal dedicadas a hacerse notar.
Consecuente con esta vehemencia y aplicando el dogma de fe nº 3, tenemos otra característica inherente al fanático-operático: las manías. Las manías se cogen a determinado cantante ya sea por motivos musicales o extramusicales. Cualquier cosa que ese cantante haga -da igual cómo- será detestable y merecerá pataleos, pitidos y alaridos. En España, especiales víctimas de estas manías son Plácido Domingo y María Bayo, aunque afortunadamente al primero cada día se le tiene un poco más de respeto. En el lado opuesto, cualquier cosa que canten por ejemplo Kabaiwanska o Renato Bruson, por muy mayores que estén y a pesar de que su salud vocal sea penosa, merecerá una ovación desgañitante.
Por último, el fanático-operático da muestra habitual de otra de sus características: el desprecio. Para ellos, el verdadero aficionado es el que va a gallinero. En una concepción totalmente anacrónica y que fomenta la impopularidad de la ópera, el público de patio de butacas se compone de burgueses ricos que sólo van a la ópera como acto social para dejarse ver. Si además son invitados, peor que peor. Cuanto más lateral y más arriba tengan su butaca, más auténticos. Ni que decir tienen que en los corrillos de los entreactos desprecian también a quien no tiene su misma opinión y pretenden humillar a los que no tienen sus vastos conocimientos aturdiéndolos con datos y fechas. No lo consiguen.
Introducción
Será una visión muy personal y pretendo que se aleje de convencionalismos. Pretendo que sea iconoclasta y poco ortodoxo.
No se trata de una "enciclopedia operística", sino de cómo yo le contaría a alguien de palabra temas relacionados con la ópera.
No sé quién va a leerlo, lo escribo más como necesidad de expresión personal, y así libero también a mi otro blog de rollos variados.
Saludos.