Lo único que me interesaba esta temporada del Liceo era la Rusalka de Dvořák. Pero jodó, los días que podía ir pillaban justo en medio de los jaleos navideños. Y, encima, como no fui previsor, para el estreno las entradas que quedaban o eran de las malísimas de visibilidad cero o pasábamos ya a los ciento y pico euros. Y no.
Nada, que estaba yo ya resignado a no ir cuando, en un ataque de derroche y después de pedir permiso a mi tx, me lié la manta a la cabeza y hala, me puse como un loco a hacer clic. ¡Es que era lo único a lo que quería ir este año en Barcelona!
Yo, que me organizo los viajes con meses de antelación, que se me quedan flipando en los hotele cuando hago una reserva con casi un año porque sé que voy a ir a tal ópera, que me vuelvo loco tecleando miles de páginas para ver cómo me sale más económico ir... este año todo lo contrario y encima me ha salido mejor que nunca. Un hotel fantástico de última hora en Gran Vía a menos precio que ninguno de los hostaluchos infames a los que he ido otras veces, vuelo aceptable (ya no hay vuelos baratos) y oh, sorpresa, debe ser que los abonados van devolviendo entradas, porque me saqué también una muy apañada de precio. En fin, que a veces el "pensat i fet" sale mejor que la programación anticipada.
Y eso que no contaba con un infortunio que a punto estuvo de arruinarme el viaje: un maldito ataque de gota el jueves por la noche. Siempre lo digo: a todo el mundo le parece supergracioso: a los que lo sufrimos, no. Y el problema no es el dolor o el ir cojeando con el pie hinchado como un botijo, es que las puñeteras pastillas que hay que tomar le dejan a uno el aparato digestivo que parece una montaña rusa. Pero si hay que tirarse dos días a Aquarius, se hace, y además así luzco tipín.
Así que, el sábado por la tarde, en ayunas, y tras tres cuartos de hora de paseo para recorrer kilómetro y medio, estaba yo plantado en la puerta de mi querido Gran Teatre del Liceu dispuesto a disfrutar de la Rusalka.
Los fanáticos opreáticos se llevan siempre las manos a la cabeza cuando la crónica de una ópera empieza por su parte escénica. Y tienen parte de razón, pero es que en estas funciones el protagonismo absoluto se lo lleva la puesta en escena.
Es una producción tan vistosa, transgresora y epatante que es imposible no referirse a la puesta en primer lugar.
El señor Stefan Herheim traslada la acción desde las profundidades del mar a un entorno urbano en el que la Sirenita es una puta que quiere dejar el mundo de la noche porque ha visto a un marinero (el príncipe) con el que anhela encontrar el verdadero amor. El Genio de las Aguas, en este caso un cliente de Rusalka que vive acojonado por su mujer, se convierte en el protagonista de la función: todo lo que ocurre es como una especie de reflejo de sus obsesiones / alucinaciones.
Hasta aquí todo correcto: Ježibaba en vez de una bruja es una sintecho que vive pidiendo a las puertas del metro, y ayuda a Rusalka a dar el paso a dejar el mundo de la noche. Pero a partir del final del primer acto al director parece que le entra el ataque de pedantería y dice: a partir de aquí no os vais a enterar de nada, jodíos. Y la cosa se vuelve incomprensible, empezando con que la princesa extranjera que se lía con el príncipe pasa a ser la mujer del Genio de las aguas.
El segundo acto se convierte así en una sucesión de escenas incoherentes adornadas, eso sí, con un vestuario de lujo que culmina con el vestido brilli brilli de Rusalka que ya hubiera soñado Tania Doris y que deslumbraba a todo el teatro.
En el tercer acto las cosas se medio aclaran. Por lo que yo entendí, Rusalka se da cuenta de lo inútil de sus aspiraciones por ser una chica decente y el genio termina de una manera radical con la causa de sus obsesiones. No sé, no se puede explicar, hay que verlo. Y además, el vídeo circula por internet.
Sobresaliente trabajo de Heike Scheele, la escenógrafa, con unos decorados perfectamente capaces de pasar del mundo real al onírico o al submarino. Chapeau.
Pues eso, que la puesta en escena se erige como protagonista de la noche pero... ¡espera! otro elemento iba a competir por ese protagonismo, e iba a ser...
¡La Orquesta del Liceu!
¿A que sorprende? Pues no, porque en el último par de años yo creo que ha pegado un cambiazo a mejor.
En esta ocasión, Andrew Davis la llevó con brío, ímpetu, velocidad, no nos dejó un respiro. De hecho, yo diría que los momentos más intensos los provocaban no ya el argumento o la rocambolesca puesta, sino la fuerza de la orquesta.
Bravo bravísimo y olé.
(Vale, sí, lástima de solo de trompa quebrado justo al principio de la función, pero fue sólo un borroncillo en medio de una interpretación excelente).
Y llegamos a los cantantes. Y no me pasa nada por dejarlos para el final porque mira, vale, estuvieron bien, dieron la talla, pero ninguno llegó a maravillarme.
Yo no sé si mi butaca lateral estaba demasiado encima de la orquesta y me los tapaba o que estaría yo duro de oído pero es que, joder, me costó bastante oírlos bien, sobre todo a la protagonista.
Camilla Nylund tiene una voz bella, con agudos muy bien emitidos. Pero chica, o estaba reservona en el primer acto o qué sé yo, porque es que no me llegaba. Ni siquiera le dio intensidad a la canción de la luna. Luego la tuve más audible en el segundo y sí, hay que reconocer que en el tercer acto estuvo estupenda y echó el resto.
Klaus Florian Vogt tiene una voz peculiar. Es aguda, penetrante, pero como un poco falta de plenitud, como si le faltara sonoridad. No tuvo problema en la tesitura del príncipe .
El Genio del Agua, Vodník, fue Günther Groissböck. Bien, correcto, peeeeeroooo, al igual que los anteriores, falto de la contundencia que el rol necesita. Al estar casi omnipresente en escena es de destacar la prestación interpretativa, sobresaliente.
La princesa extranjera fue Emily Magee y, joder, ya me repito, pero es que lo mismo que Rusalka: buenas intenciones pero tapada por la orquesta la mayoría de las veces. Yo creo que directamente no es el tipo de voz que el papel requiere. Como todos, estupenda en escena.
Y la que se comió con patatas a todos cada vez que salía fue Ildikó Komlósi haciendo de la bruja Ježibaba. Con esta señora, después de su Santuzza y su Amneris, ya sabemos a lo que atenernos: siete colores vocales distintos, comodidad en el agudo y escasez en los graves. Y la bruja tiene un rango bastante inclemente. Pues la Komlósi consiguió, con un desparpajo y un descaro impresionantes, hacernos perfectamente creíble su papel.
Muy buenas las tres sirenitas y más que correctos los secundarios. En el coro, lo siento, no me fijé mucho.
Lo repito: el trabajo de interpretación actoral de todos ha sido intensivo y los resultados son espectaculares. Ahora, ¿cómo se oiría esta Rusalka en una función retransmitida por radio, sin ver a los cantantes? Ah, lo sabremos el día 2 en RNE.
Al final, aplausos para el equipo musical y división de opiniones para el escénico.
En esta ocasión no se trataba del típico desquiciado desgañitándose a gritos desde uno de los pisos altos, no, había un amplio sector que abucheó. Y es lo que me hizo gracia. Estoy acostumbrado en Madrid a un público de estreno pasota y condescendiente que aplaude con desgana y se larga corriendo (probablemente, invitados y neojetset económico-política de turno) con las voces disidentes pegando gritos desde arriba. En Barcelona el público es más conservador, más de las cosas "como deben ser", y había un amplio grupo de indignados que, sin ser tan exaltados, son sonoros. En todo caso, clarísima división de opinión, porque también hubo mucho aplauso.
Resumiendo: una noche de ópera
muy satisfactoria. La partitura de Dvořák es una maravilla y fue
servida de perlas por la orquesta dirigida por Davis, que los cantantes
dieron la talla aunque para mi gusto todos aquejados de cierta falta de
proyección y que la producción era fascinante y estaba llena de trampas
visuales para eclipsar al resto de los elementos artísticos de la ópera.
Y a todo esto yo en ayunas y a base de Aquarius (lo cual venía muy bien
para el tema de la sirenita). ¡Oye, que me ahorré la cena! Y, todo sea dicho, le vino de perlas a mis amigos, que estaban hartos de celebraciones y comilonas.
Por si no escribo hasta el año que viene, Felices Fiestas y un Fantástico Año Nuevo a todos los que leen estas mis chaladuras.
Abrazuelos.
Antonin Dvořák
Rusalka
Gran Teatro del Liceo
Barcelona, sábado 22 de diciembre de 2012
Camilla Nylund, Klaus Florian Vogt, Günther Groissböck, Ildikó Komlósi, Emily Magee.
Andrew Davis, Stefan Herheim
Página web del Liceu
Rusalka en el siempre interesante blog de Joaquim
Anteriormente en este blog: escándalo con Rusalka
Foro de señores enfadados que hablan de todo menos de lo que tienen que hablar