Es raro, pero no tenía yo mucha gana de ir a Barcelona a la Adriana Lecouvreur del Liceo, y eso que Adriana es una de mis óperas favoritas, tan pomposa ella, tan melódica y con uno de los finales más absurdos de la historia de la ópera: Atención, spoiler, Adriana muere tras oler unas flores envenenadas. ¡Tela!
Pero la insistencia de mis amigos y, sobre todo, su apoyo, hicieron que al final tirara de iberiapluses (que ahora se llaman Avios, qué nombre más feo) y allá que me planté. Y como la cosa no está para tirar cohetes, cogí entradas de las ultrabaratas, quinto piso sin visibilidad, a 10,50 €. ¡Pero para los tres días! Y ya ves tú lo que son las cosas, como el teatro no estaba lleno me fui cambiando de localidad, lo vi perfectamente y en dos de las funciones acabé en platea, toma.
Y es que el viernes confluían: final de la Copa del Rey de fútbol con un Barça que tenía que ganar por huevos para salvar la honrilla, y fin de semana largo con festivo el lunes. El teatro estaba al 50 % el viernes, aprox. El sábado casi lleno y el domingo a un 70%, calculo.
¿Agotador ver tres repartos de Adriana? Pues mira, no, porque fueron tres noches muy distintas. Bueno, noches digo, que un día empezó a las ocho, otro a las seis y otro a las cinco, menudo cacao llevaba yo de ciclos circadianos.
Lo que tengo que reseñar en primer lugar antes de que te me aburras y dejes de leer es la fantástica dirección musical de Maurizio Benini, llevando una orquesta que sonó estupendamente bien. Ha sido una dirección cuidada, caprichosa en tiempos tirando a lentos, pero con mucho mimo. Ha evitado caer en la cursilería melódica de nanianonano que te hace mover la cabeza (en plan los Gremlins viendo Blancanieves, yo me entiendo), ha subrayado los momentos fuertes y, lo más importante, ha estado pendiente de los cantantes en cuanto a volumen y parando a la vieja usanza al final de cada aria. En el 4º acto se lució, comenzándolo con una atmósfera única y terminándolo de una manera exquisita con un diminuendo de poner la piel de gallina. Lástima de aplausos que se cargaron la atmósfera antes de terminar las notas, creo que sólo el viernes se pudo escuchar en su plenitud.
Respecto a la producción pues... un lujo. Lo del teatro dentro del teatro se ha resuelto de la manera más literal posible: hay una macroestructura de un teatrillo barroco dentro del escenario. Para más espectacularidad, da vueltas formando los distintos escenarios. Perfecta.
Y luego está el vestuario. Me puedo imaginar a la Gheorghiu, que fue quien la estrenó en Londres, muriéndose de gusto al ponerse tanta tela tanto brillo tanto broche encima. ¿No dices que eres glamourosa? Pues toma glamour. Los vestidos son de un detalle exquisito. Fantástica la labor de Brigitte Reiffenstuel.
La dirección escénica de cantantes ha sido también imaginativa dentro de lo que el argumento de la ópera permite, aunque con detalles un poco burdos (véase el dúo de Adriana y la Princesa o la inútil y ruidosa aparición de figurantes en el final). Una cosa que me ha encantado es lo afectado y cursi que puede llegar a ser el personaje de Adriana. Cómo sufre ella, por favor. Qué movimientos de cabeza y como de desvanecerse le hacen hacer.
Y ya nos metemos en harina. Los cantantes. Tres repartos, tres Adrianas.
En el primero, Barbara Frittoli, Roberto Alagna, Joan Pons y Dolora Zajick. Muy de campanillas. La Frittoli me ha gustado muchísimo, a pesar de un comienzo un tanto oscilante. Poderío poderío en el tema vocal, seguridad y un timbre pleno. Vamos, que si hay que terminar la umille ancella con un calderón bien alargado para marcar territorio, se hace. Muy en la línea de una Freni, con la voz más espesa. Muy bien.
Ahora, el que se lleva la palma para mí es el Alagna. ¡Y yo que creía que este homrbe estaba ya para cantar rancheras y boberías similares! Recuerdo que su recital en Madrid de hace unos años me dejó bastante decepcionado. Pero oye, cómo se le ha colocado de nuevo la voz. Qué belleza de timbre, qué brillantez, qué fraseo, qué estilazo. Estupendo del todo, qué gustazo escucharlo. Bien por Robertino. ¿Será que desde que se ha separado de la Angelita se ha centrado más? Ni idea, pero que nos dé muchas funciones más así.
De mala malísima tocaba la Zajick, que ya sabemos cómo se las gasta. Tan pronto te pega un pepinazo arriba como baja a un grave que te remueve los intestinos. Dolora, a los 60 tacos, se sigue comiendo el teatro. Vale, que sí, que su canto es bastante efectista, pero viene que ni pintado para el papel de la Principessa. Disfruta y hace disfrutar.
Nunca me ha gustado demasiado la manera de cantar de Juan Pons. Siempre lo he notado como quejicoso, al punto del lloro, y me pone muy nervioso. Este Michonnet no ha sido así. La forma de interpretar ha sido más contenida y, aunque la voz ya está en decadencia, le ha dado al personaje la dimensión dramática justa para emocionar sin exagerar. Bien.
En el segundo reparto, la Adriana estaba a cargo de Daniela Dessì. Qué barbaridad, hace más de veinte años que no la escuchaba en directo (desde la Desdemona con Plácido en el teatro de la Zarzuela, aguanta). Y es que siempre que me tocaba, o ha cancelado o tenía yo otro reparto. La Dessì tiene clase, escuela de canto y un fraseo estupendo. Ahora bien, la voz ya no está en su mejor momento y comenzó algo agriada, con el agudo quedándose atrás. Mejoró a lo largo de la función y el último acto lo hizo excelente. Por cierto, ¿se ha vuelto adicta al bótox? ¡Porque vaya fotos promocionales a sus 55 primaveras! Interpretativamente, fue la más clásica y cursi de todas, puro exceso verista. Musa, diva, sirena.
Su marido, el Armiliato, fue quien casi se carga la función. Vale que siempre ha tenido una emisión un tanto extraña, pero es que el viernes pasado el problema era de voz. Sufrió y nos hizo sufrir. Tirante, tirante, consiguió salvar el Maurizio por los pelos, gracias a un último acto compenetradísimo con su señora y a la ayuda del maestro, que le bajó el volumen de la orquesta todo lo que pudo.
Lo mejor del segundo reparto fue la mezzo, Marianne Cornetti. No es tan apabullante como la Zajick, pero sube al agudo perfectamente y luce buenos graves, con una voz superfresca. Nos encantó. A seguir en el futuro. A destacar un par de abrazos y besos que se dio con la Dessì en los aplausos finales rompiendo la línea de saludos, como encantadas ellas dos de haber coincidido. Eso sí, tiene que vigilar su peso. Porque vale que los vestidos eran auténticos mamotretos, pero se movía con muchísima dificultad.
El Michonnet de segundo y tercer reparto era Bruno de Simone, con una voz sana y una composición del personaje mucho más cercana, cómica incluso a veces, con muchos detalles actorales. También me gustó mucho.
Tercer reparto, Micaela Carosi protagonizando. La mujer es joven, tiene una voz potente y una presencia bastante apabullante. Pero la elegancia y la línea de canto brillan por su ausencia. En la escucha de su Adriana de Turín en Spotify me quedé horrorizado de lo entubada que sonaba. En Barcelona y en directo no era tan notable, afortunadamente, pero no me convenció. Aparte, en el agudo se le iba la afinación. Da el pego, sí, pero para ser un papel que lleva rodado por varios teatros no lo tiene dominado.
Carlo Ventre, su Maurizio, sufre el efecto Giordani: una voz fea y sin interés pero que de golpe llega a la zona aguda, se coloca y consigue un timbre bellísimo y una potencia que te deja en el sitio. No sé si con el tiempo el hombre podrá homogeneizar el registro, ojalá, porque ya digo que en la zona alta daba gusto.
Ay la Fiorillo la Fiorillo, que ya nos la conocemos... es como la versión ordinaria de la Zajick. Sube arriba, baja al averno, cambia de color y entre medias te ha vendido una pescadilla de dos kilos en el mercado de abastos. Me gustó, porque el personaje de la princesa vocalmente de principesco tiene poco, pero vamos, que se pasa un poco. Eso sí, tiene pinta de pasárselo pipa cantando.
En todas las funciones el abad de Chazeuil fue Francisco Vas, con voz suficiente y todo lo amanerado y excéntrico que el personaje requiere. Desde luego pone de los nervios verlo tres días seguidos haciendo lo mismo, pero es el rol del abate, qué quieres. Muy bueno.
Para el príncipe de Bouillon se alternaron Stefano Palatchi (muy apropiado) y Giorgio Giuseppini (bien). Y luego ya los cuatro comediantes también estuvieron a la altura, pero nunca me aclaro quién es quién, aparte de que siempre cantan a la vez o atropellándose entre ellos, qué estrés.
El caso es que tres repartos, tres versiones de Adriana. Dominadas todas por la batura de Benini. La de Frittoli fue la más apabullante. La de Dessì la más clásica y la de Carosi la más de andar por casa. Pero yo disfruté las tres, y mucho.
Lo que es una pena es que probablemente no se edite un dvd / bluray con las funciones del primer reparto, porque ya ha salido para Decca uno de esta producción de la ROH Covent Garden de Londres con Angela Gheorghiu y Jonas Kaufmann. O lo mismo sí. Esperemos. Merecería mucho la pena.
Y desde aquí vuelvo a dar las gracias a mis amigos por animarme a ir, por mimarme, llevarme de un lado a otro y por hacer que el motivo del viaje -la ópera- se convierta en mera excusa para volverlos a ver.
¡Y anda que no saqué fotos de Barcelona! ¡Parecía un turista novel!
Francesco Cilea
Adriana Lecouvreur
Daniela Dessì, Barbara Frittoli, Micaela Carosi, Fabio Armiliato, Roberto Alagna, Carlo Ventre, Marianne Cornetti, Dolora Zajick, Elisabeta Fiorillo, Bruno de Simone, Juan Pons, Stefano Palatchi, Giorgio Giuseppini, Francisco Vas.
Maurizio Benini, David McVicar, Charles Edwards, Brigitte Reiffenstuel.
Barcelona, Gran Teatro del Liceo. Viernes, sábado y domingo 25, 26 y 27 de mayo de 2012.