Tardo en hablar del viaje a Simorgh de los cojones, pero entre que no tengo documentos gráficos y que tampoco me interesó mucho, a ver qué pongo sin quedar como un negativo total.
Hago como Ana Rosa y copio y pego lo que escribí en el foro de ópera.
No me considero con el suficiente conocimiento en música actual como para poder opinar sobre la calidad de la música en sí, así que mi crónica tiene que ir más en relación a lo percibido y al espectáculo en general.
Para mi gusto, el problema de este viaje a Simorgh ha sido el encargar a una sola persona tanto libro como música. Él solito se lo ha guisado y comido. Y supongo que él entenderá lo que ha hecho, porque los demás no.
Hubiera disfrutado si hubiera entendido qué es lo que me quería transmitir este señor, José María Sánchez Verdú. El tipo se hizo un viaje a Turquía, se leyó una novela y le salió esto. Por lo que leo, es un viaje interior en busca de la trascendencia, en el que el peligro está en ir contracorriente y cuyo destino es inevitablemente la muerte. Gracias por explicarlo.
Demasiado misticismo para mi gusto.
Todo ello aderezado con esos diálogos supuestamente surrealistas a los que los libretistas de ópera contemporánea están tan acostumbrados:
- Tengo que hablar con usted.
- No puedo hablar con usted. Esta conversación no está permitida.
Y se quedan tan panchos.
Por partes, hubo buenos momentos, en los que me intenté dejar llevar sensorialmente por música y espectáculo: el inicio es potente, hay una escena en una biblioteca que e resultó interesante y el final con las trompetas por toda la sala fue muy efectista. Mención aparte merecen las intervenciones de la Amada (Ofelia Sala), únicos momentos en los que yo percibía algo musicalmente poético. El resto para mi gusto osciló entre lo aburrido y lo más aburrido.
Los cantos del sufí quedarán muy bien y muy políticamente correctos y muy tal, pero a mí, lo siento, no me dicen nada.
Oscurísima puesta en escena (odio la gasa) que empezó bien con los pájaros y la escena de la muerte, pero que luego se estancó. Buena labor del cuerpo de baile (a excepción del baile derviche final, que fue una birria).
Al terminar, el público se dividió en tres: Silencio absoluto (la mayoría, al menos por mi zona del teatro), pataleos y abucheos (unos cuantos, con incluso gritos de fuera coreados rítmicamente, cosa que nunca había visto) y unos pocos bravos que se animaron un poquito más cuando los pataleos arreciaron, pero que eran claramente menos numerosos.
Salí del teatro desconcertado. ¿Gustarme? Pues no, porque intenté verlo como teatro con algo de música. Ahora, al lado de este Simorgh, la señorita Cristina es una maravilla y Boulevard Solitude una obra maestra.
Mañana empezaré a escucharla por la radio a ver cuánto aguanto...
ResponderEliminarMei creo que por la radio va a ser que no. Si te animas a la Khovantxina...tienes asegurado el taxi.
ResponderEliminarGracias por la crónica Mocho, mucho más politicamente incorrecta que los periódicos, como debe ser.
Lamentablemente parece ser que el arte está reñido con la creación y se asemeja más a un laboratorio.
Mil gracias. Tenía ganas de leer tu opinión; mi reflexión en estos casos es bastante simple: si aburre a las ovejas, no está lograda. Si no atrae (musicalmente) a un aficionado medio, no está lograda. Si no se entiende y precisa de mil y una explicaciones al margen, no está lograda. Y si se cumplen las tres afirmaciones anteriores al tiempo, es un pestiño.
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