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miércoles, abril 23, 2014

Lohengrin en el Real: peazo Wagner

 

Hasta la noche de ayer no había disfrutado yo plenamente del Lohengrin wagneriano. Sí, me divertí mucho con la puesta en escena de Konwitschny para el Liceo en el año 2000 (joer, hace 14 años ya, aquella del colegio con Éva Marton haciendo diabluras), pero lo que es musicalmente hablando, siempre me había resultado, pese a momentos bellísimos, una ópera larga y árida.

Pues anoche la disfruté como un enano, mira tú. Y es que la conjunción de intérpretes, coro y orquesta estuvo tan acertada que acabó siendo una velada operística realmente emocionante.



El principal artífice: Hartmut Haenchen al frente de la orquesta del Teatro Real, haciéndola sonar a las mil maravillas, recreándose en los momentos más líricos y rotunda pero sin estridencias en los más potentes. Una gozada.

El coro, tan importante en esta ópera, estuvo también a una grandísima altura, sobre todo el masculino, demostrando que no hace falta gritar para cantar en forte.

Y finalmente el reparto también cumplió. Era teóricamente el segundo reparto, con la Elsa del primero. Y yo creo que salimos beneficiados en casi todos los roles.


Michael König fue un más que digno Lohengrin. Parece que su voz está evolucionando desde otros papeles menos inclementes que le había oído. Es cierto que la voz en ocasiones queda tapada por la orquesta y que le queda aún por mejorar, pero la línea de canto es cuidada y fue un muy creíble Lohengrin.

Catherine Naglestad se encargó del papel de Elsa. Se agradece mucho que no sea una ñoña edulcorada y sufriente, su voz tiene carne y enjundia que sobrepasan la bobaliconería de su personaje. Muy bien. Un poco chillona en el agudo en forte pero... ¿qué wagneriana no lo es?


Thomas Jesatko sorprendió con una notable voz baritonal para el papel de Telramund, sin problemas para hacerse oír y sin necesidad de pegar ladridos. Y además se fue creciendo a medida que avanzaba la función. Muy bien también.

Los que estuvieron algo más escasitos fueron Anders Larsson como el heraldo y Goran Jurić como el rey Heinrich (que menos mal que terminó decentemente, porque al principio me dio bastante miedo no oírle ni palabra).


En papeles secundarios con un par de frases, cuatro pajes de coro de niños y cuatro caballeros.

Y toca hablar de la gran triunfadora de la noche, claro, la Ortrud de Dolora Zajick. Con esta señora no se puede ser objetivo porque siempre es tan impresionante que es imposible no rendirse ante ella, pero es que ayer como Ortrud me dejó maravillado. Y no por los clásicos pepinazos por arriba a los que nos tiene acostumbrados, que soltó bastantes, sino por esa manera de cantar, esa técnica, si hasta hubo momentos en los que parecía que estaba haciendo belcanto sin traicionar el lenguaje wagneriano. ¡Y eso que nos dijeron que sufría una indisposición! Sencillamente estupenda.


Juntas todo... y te salen cuatro horas y media de representación, vale. Pero vamos, que en buena compañía, saludando a amigos y tomando una copita de cava en uno de los entreactos... se nos pasó volando volando. Y todos salimos encantados, oigan. Y desde ya incluyo Lohengrin entre mis favos wagnerianas.

A todo esto... huy, la puesta en escena, que se me olvidaba.
Bueno, pues ya estás viendo las fotos, ¿no?

 
El decorado es una cueva excavada dentro del teatro con varias entradas y ventanas, suelos y paredes muy rugosos y donde los distintos ambientes los proporciona la iluminación. Todo bastante neutro. Es decir: el típico decorado que lo mismo te sirve para una Norma, una Flauta Mágica o CUALQUIER ÓPERA DE WAGNER. Porque señores, nos ponemos muy de los nervios si vemos a Alceste en plan Lady Di, pero con Wagner parece que vale todo. Junto con un vestuario francamente horripilante consistente en una especie de pijamas manchados (pobre Ortrud, lo que le hicieron ponerse), aquello me parecía El Planeta De Los Simios.

Y ahora toca decir una de esas frases típicas: una escenografía que NO MOLESTA. Coño, encima sólo faltaba eso, que molestara. Pero hay que decirlo, porque hay muchas escenografías que sí, que molestan.


En fin, fea y obviable. El único elemento que llamaba un poco la atención era el cisne, patrocinado por neveras Kelvinator, porque era una especie de paralelepípedo de hielo en el que se supone que está encerrado el niño Gottfried congelaíto vivo. En el último acto (ATENCIÓN: SPOILER) Lohengrin pierde su poder, el témpano se descongela y entonces el héroe dice: ¡Ahí tenéis al Duque de Brabante, nombradlo vuestro caudillo! (y donde tenía que salir el niño nos sale una escultura así muy de patio de museo de arte contemporáneo). Misterios sin resolver. Cuarto milenio.

La dirección escénica  estuvo tan discreta como inane. Vamos, que si no es por el empeño del regisseur de poner a la gente a dar vueltas (a la pobre Elsa la traía frita, que yo me pensaba que de una de esas se caía), casi se puede decir que no hubo dirección.

Pero, una vez más demostración de que si el nivel musical es bueno (y el escénico no es ultrajante) al final te da igual que estén subidos a una roca que en el hall de un aeropuerto.



Que sí, que nos gustó mucho, que disfrutamos y que todos nos alegramos de que nos tocara ese reparto.

Ea.

Y a todo esto, día de semifinal de la Champions, con el metro línea 5 a reventar tanto a la ida como a la vuelta, que es la línea que va al Calderón.

Hasta la próxima, que serán los Cuentos de Hoffmann, la última ópera de la era Mortier en el Real.


Página web del Teatro Real
Programa de mano
Libreto en español de Lohengrin
Argumento de Lohengrin y comentarios


Richard Wagner
Lohengrin
Michael König, Catherine Naglestad, Dolora Zajick, Thomas Jesatko, Goran Jurić, Anders Larsson, Gerardo López, Antonio Lozano, Rodrigo Álvarez, Isaac Galan, Inés Balbás, Hugo Fernández, Patricia Ginés, María Guzmán, Calia Martos, Laura Palop, Catalina Peláez, Patricia Redondo.
Hartmut Haenchen, Lukas Hemleb
Teatro Real de Madrid.
Martes, 22 de abril de 2014.



jueves, mayo 31, 2012

Chiedo in bontà di ritirarmi (Adriana Lecouvreur en Barcelona)

 

Es raro, pero no tenía yo mucha gana de ir a Barcelona a la Adriana Lecouvreur del Liceo, y eso que Adriana es una de mis óperas favoritas, tan pomposa ella, tan melódica y con uno de los finales más absurdos de la historia de la ópera: Atención, spoiler, Adriana muere tras oler unas flores envenenadas. ¡Tela!

Pero la insistencia de mis amigos y, sobre todo, su apoyo, hicieron que al final tirara de iberiapluses (que ahora se llaman Avios, qué nombre más feo) y allá que me planté. Y como la cosa no está para tirar cohetes, cogí entradas de las ultrabaratas, quinto piso sin visibilidad, a 10,50 €. ¡Pero para los tres días! Y ya ves tú lo que son las cosas, como el teatro no estaba lleno me fui cambiando de localidad, lo vi perfectamente y en dos de las funciones acabé en platea, toma.


Y es que el viernes confluían: final de la Copa del Rey de fútbol con un Barça que tenía que ganar por huevos para salvar la honrilla, y fin de semana largo con festivo el lunes. El teatro estaba al 50 % el viernes, aprox. El sábado casi lleno y el domingo a un 70%, calculo.

¿Agotador ver tres repartos de Adriana? Pues mira, no, porque fueron tres noches muy distintas. Bueno, noches digo, que un día empezó a las ocho, otro a las seis y otro a las cinco, menudo cacao llevaba yo de ciclos circadianos.


Lo que tengo que reseñar en primer lugar antes de que te me aburras y dejes de leer es la fantástica dirección musical de Maurizio Benini, llevando una orquesta que sonó estupendamente bien. Ha sido una dirección cuidada, caprichosa en tiempos tirando a lentos, pero con mucho mimo. Ha evitado caer en la cursilería melódica de nanianonano que te hace mover la cabeza (en plan los Gremlins viendo Blancanieves, yo me entiendo), ha subrayado los momentos fuertes y, lo más importante, ha estado pendiente de los cantantes en cuanto a volumen y parando a la vieja usanza al final de cada aria. En el 4º acto se lució, comenzándolo con una atmósfera única y terminándolo de una manera exquisita con un diminuendo de poner la piel de gallina. Lástima de aplausos que se cargaron la atmósfera antes de terminar las notas, creo que sólo el viernes se pudo escuchar en su plenitud. 


Respecto a la producción pues... un lujo. Lo del teatro dentro del teatro se ha resuelto de la manera más literal posible: hay una macroestructura de un teatrillo barroco dentro del escenario. Para más espectacularidad, da vueltas formando los distintos escenarios. Perfecta.


Y luego está el vestuario. Me puedo imaginar a la Gheorghiu, que fue quien la estrenó en Londres, muriéndose de gusto al ponerse tanta tela tanto brillo tanto broche encima. ¿No dices que eres glamourosa? Pues toma glamour. Los vestidos son de un detalle exquisito. Fantástica la labor de Brigitte Reiffenstuel.


La dirección escénica de cantantes ha sido también imaginativa dentro de lo que el argumento de la ópera permite, aunque con detalles un poco burdos (véase el dúo de Adriana y la Princesa o la inútil y ruidosa aparición de figurantes en el final). Una cosa que me ha encantado es lo afectado y cursi que puede llegar a ser el personaje de Adriana. Cómo sufre ella, por favor. Qué movimientos de cabeza y como de desvanecerse le hacen hacer. 

Y ya nos metemos en harina. Los cantantes. Tres repartos, tres Adrianas.


En el primero, Barbara Frittoli, Roberto Alagna, Joan Pons y Dolora Zajick. Muy de campanillas. La Frittoli me ha gustado muchísimo, a pesar de un comienzo un tanto oscilante. Poderío poderío en el tema vocal, seguridad y un timbre pleno. Vamos, que si hay que terminar la umille ancella con un calderón bien alargado para marcar territorio, se hace. Muy en la línea de una Freni, con la voz más espesa. Muy bien.


Ahora, el que se lleva la palma para mí es el Alagna. ¡Y yo que creía que este homrbe estaba ya para cantar rancheras y boberías similares! Recuerdo que su recital en Madrid de hace unos años me dejó bastante decepcionado. Pero oye, cómo se le ha colocado de nuevo la voz. Qué belleza de timbre, qué brillantez, qué fraseo, qué estilazo. Estupendo del todo, qué gustazo escucharlo. Bien por Robertino. ¿Será que desde que se ha separado de la Angelita se ha centrado más? Ni idea, pero que nos dé muchas funciones más así.




De mala malísima tocaba la Zajick, que ya sabemos cómo se las gasta. Tan pronto te pega un pepinazo arriba como baja a un grave que te remueve los intestinos. Dolora, a los 60 tacos, se sigue comiendo el teatro. Vale, que sí, que su canto es bastante efectista, pero viene que ni pintado para el papel de la Principessa. Disfruta y hace disfrutar.


Nunca me ha gustado demasiado la manera de cantar de Juan Pons. Siempre lo he notado como quejicoso, al punto del lloro, y me pone muy nervioso. Este Michonnet no ha sido así. La forma de interpretar ha sido más contenida y, aunque la voz ya está en decadencia, le ha dado al personaje la dimensión dramática justa para emocionar sin exagerar. Bien.


En el segundo reparto, la Adriana estaba a cargo de Daniela Dessì. Qué barbaridad, hace más de veinte años que no la escuchaba en directo (desde la Desdemona con Plácido en el teatro de la Zarzuela, aguanta). Y es que siempre que me tocaba, o ha cancelado o tenía yo otro reparto. La Dessì tiene clase, escuela de canto y un fraseo estupendo. Ahora bien, la voz ya no está en su mejor momento y comenzó algo agriada, con el agudo quedándose atrás. Mejoró a lo largo de la función y el último acto lo hizo excelente. Por cierto, ¿se ha vuelto adicta al bótox? ¡Porque vaya fotos promocionales a sus 55 primaveras! Interpretativamente, fue la más clásica y cursi de todas, puro exceso verista. Musa, diva, sirena.


Su marido, el Armiliato, fue quien casi se carga la función. Vale que siempre ha tenido una emisión un tanto extraña, pero es que el viernes pasado el problema era de voz. Sufrió y nos hizo sufrir. Tirante, tirante, consiguió salvar el Maurizio por los pelos, gracias a un último acto compenetradísimo con su señora y a la ayuda del maestro, que le bajó el volumen de la orquesta todo lo que pudo. 


Lo mejor del segundo reparto fue la mezzo, Marianne Cornetti. No es tan apabullante como la Zajick, pero sube al agudo perfectamente y luce buenos graves, con una voz superfresca. Nos encantó. A seguir en el futuro. A destacar un par de  abrazos y besos que se dio con la Dessì en los aplausos finales rompiendo la línea de saludos, como encantadas ellas dos de haber coincidido. Eso sí, tiene que vigilar su peso. Porque vale que los vestidos eran auténticos mamotretos, pero se movía con muchísima dificultad.


El Michonnet de segundo y tercer reparto era Bruno de Simone, con una voz sana y una composición del personaje mucho más cercana, cómica incluso a veces, con muchos detalles actorales. También me gustó mucho.


Tercer reparto, Micaela Carosi protagonizando. La mujer es joven, tiene una voz potente y una presencia bastante apabullante. Pero la elegancia y la línea de canto brillan por su ausencia. En la escucha de su Adriana de Turín en Spotify me quedé horrorizado de lo entubada que sonaba. En Barcelona y en directo no era tan notable, afortunadamente, pero no me convenció. Aparte, en el agudo se le iba la afinación. Da el pego, sí, pero para ser un papel que lleva rodado por varios teatros no lo tiene dominado.


Carlo Ventre, su Maurizio, sufre el efecto Giordani: una voz fea y sin interés pero que de golpe llega a la zona aguda, se coloca y consigue un timbre bellísimo y una potencia que te deja en el sitio. No sé si con el tiempo el hombre podrá homogeneizar el registro, ojalá, porque ya digo que en la zona alta daba gusto.


Ay la Fiorillo la Fiorillo, que ya nos la conocemos... es como la versión ordinaria de la Zajick. Sube arriba, baja al averno, cambia de color y entre medias te ha vendido una pescadilla de dos kilos en el mercado de abastos. Me gustó, porque el personaje de la princesa vocalmente de principesco tiene poco, pero vamos, que se pasa un poco. Eso sí, tiene pinta de pasárselo pipa cantando.


En todas las funciones el abad de Chazeuil fue Francisco Vas, con voz suficiente y todo lo amanerado y excéntrico que el personaje requiere. Desde luego pone de los nervios verlo tres días seguidos haciendo lo mismo, pero es el rol del abate, qué quieres. Muy bueno.

Para el príncipe de Bouillon se alternaron Stefano Palatchi (muy apropiado) y Giorgio Giuseppini (bien). Y luego ya los cuatro comediantes también estuvieron a la altura, pero nunca me aclaro quién es quién, aparte de que siempre cantan a la vez o atropellándose entre ellos, qué estrés.


El caso es que tres repartos, tres versiones de Adriana. Dominadas todas por la batura de Benini. La de Frittoli fue la más apabullante. La de Dessì la más clásica y la de Carosi la más de andar por casa. Pero yo disfruté las tres, y mucho.


Lo que es una pena es que probablemente no se edite un dvd / bluray con las funciones del primer reparto, porque ya ha salido para Decca uno de esta producción de la ROH Covent Garden de Londres con Angela Gheorghiu y Jonas Kaufmann. O lo mismo sí. Esperemos. Merecería mucho la pena.


Y desde aquí vuelvo a dar las gracias a mis amigos por animarme a ir, por mimarme, llevarme de un lado a otro y por hacer que el motivo del viaje -la ópera- se convierta en mera excusa para volverlos a ver.


¡Y anda que no saqué fotos de Barcelona! ¡Parecía un turista novel!


Francesco Cilea
Adriana Lecouvreur
Daniela Dessì, Barbara Frittoli, Micaela Carosi, Fabio Armiliato, Roberto Alagna, Carlo Ventre, Marianne Cornetti, Dolora Zajick, Elisabeta Fiorillo, Bruno de Simone, Juan Pons, Stefano Palatchi, Giorgio Giuseppini, Francisco Vas.
Maurizio Benini, David McVicar, Charles Edwards, Brigitte Reiffenstuel.
Barcelona, Gran Teatro del Liceo. Viernes, sábado y domingo 25, 26 y 27 de mayo de 2012.


 

Mira

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