lunes, junio 21, 2010

La ciudad muerta




Una de las mayores satisfacciones que me da el mundillo de la ópera es poder hacérselo descubrir a otras personas. No lo hago por proselitismo, no pretendo que nadie se vuelva aficionado, sino por mostrar un arte que sigue soportando la carga de clasista y rancio. Por supuesto no para los que leen este blog, hay cientos de argumentos para rebatirlo, pero haz la prueba preguntando a amigos o compañeros de trabajo: en el 90% de los casos la ópera les es totalmente ajena. Les suenan el Nessun dorma o el brindis de La Traviata, pero no tienen ni idea ni de qué va el argumento, ni de quién es, o de qué época. De vez en cuando salta la chispa y reconocen algún fragmento... porque ha salido en un anuncio o una película. Es normal. Y si hablamos de personas de menos de 30 años ya olvídate: la ópera no entra en absoluto dentro de sus referencias musicales.

Por supuesto que muchos años de operamaníaco me han hecho saber discriminar a quién llevo a ver qué y dónde. No es lo mismo ver una representación del Barbero de Sevilla que una Walkiria ni el Centro Cultural de la Villa que el Liceo de Barcelona. Ni tiene nada que ver llevar a un ligue o a tu cuñada, claro. Aún recuerdo con pavor el día que llevé a mi tx a ver "Boulevard Solitude" al Liceu. Yo ya sabía de antemano que no le iba a gustar nada de nada.

Esta semana he tenido dos experiencias de estas iniciáticas: llevé a mi sobrina de 16 años a ver una Carmen de baratillo en un teatro de la Gran Vía y a un par de amigas al Teatro Real. De la Carmen ya comentaré porque la cosa tuvo sus peculiaridades. Las dos experiencias salieron muy satisfactorias.

Y en el Real fue LA CIUDAD MUERTA, Die tote Stadt, de Erich Wolfgang Korngold.

Imagino que ya habré comentado por aquí que es una de mis óperas fetiche. La culpa la tuvo un conjunto de cuerda llamado "I Salonisti" que es así como bastante hortera. A principios de los 90 estaba yo descubriendo la ópera cuando me acerqué al estante de discos de clásica del Alcampo de La Vaguada. Vamos, menos nivel no se me puede pedir. Acababa de agenciarme un reproductor de compact discs y dados los precios de la época, sólo compraba música clásica en digital, el pop lo dejaba para los vinilos (que hace 20 años un cd de novedad salía por 3000 pesetas -de las antiguas y de las de ahora-, casi 20 euros, y luego se quejan las discográficas). Los precios de la música clásica eran aún más escandalosos, y de la ópera ya no te cuento. Así que yo me dedicaba a hurgar entre los cajones de rebajas.

Y allí encontré por dos duros el disco INTERMEZZO de I Salonisti (clic): eran versiones instrumentales para quinteto de cuerda (cuarteto + piano, creo recordar) de piezas operísticas: una fantasía de Turandot, el Voi che sapete de Las Bodas de Fígaro, un popurrí de opereta, otro de La Favorita, el intermedio de Cavalleria... Todo muy "de salón", muy ligero, pero muy agradable.

Y entre los títulos, estaba la "Tanzlied des Pierrot" de Die tote Stadt de Korngold.
¿Eiiinnns? ¿Qué era eso? Es que ni me sonaba el autor, ni la ópera, ni na de na.
Pero el ritmo de vals decadente de esta canción del Pierrot me encantó. Y empecé a investigar sobre esta ópera. Leí la biografía de Korngold, cómo compuso esta ópera con apenas 20 años, su escapada de la Almenia nazi a Estados Unidos, su carrera en Hollywood... y me entró curiosidad.



En una visita a la maravillosa planta sótano de la tienda Madrid Rock (ahora el Bershka de Gran Vía, para los aficionados a comprar ropa de talla XXS) encontré una grabación de la ópera entera y la compré. Estaba yo como más contento que unas castañuelas. Y poco me duró la alegría: nada más empezar, toda esa instrumentación tan complicada, esas voces que iban por un lado mientras la música iba por otro, ese batiburrillo me decepcionó no aguanté ni diez minutos. Eso no se parecía en nada a la canción del Pierrot que yo había escuchado. Era una música muy difícil para un primerizo como yo.

El siguiente intento fue intentar seguir el libreto y comprender bien el argumento, del que sólo tenía una sinopsis en inglés. Creo que fue peor. Me volví loco porque no me enteraba de nada, que si lo del sueño, que si una procesión, que si el amigo, que a cuento de qué aparece la troupe. Vamos, desesperadico estaba. Sin embargo, avancé musicalmente hasta el dúo del primer acto, el famoso Lied de Marietta.



Y ahí fue donde la música de Korngold me volvió a envolver: qué maravilla.

Las siguientes escuchas (espaciadas mucho en el tiempo, no te vayas a creer, que uno tampoco es tan obsesivo) fueron metiéndome más en el argumento y en la música, y finalmente Die tote Stadt acabó convirtiéndose en una de mis óperas más queridas. Veinte años después me sigo emocionando con las partes más líricas y entusiasmando cuando la orquesta explota y se desata.

Y allí que me fui ayer domingo con mi señor tx y un par de amigas. Otra de las ventajas de haber llevado un blog (y medio llevado éste) es que he conocido a personas muy interesantes, con las que no hace falta estar en contacto continuo, aunque nos veamos un par de veces al año sabemos que existimos y tenemos ciertas inquietudes en común, ya sean culturales con unos o salir de copas con otros. El título me pareció perfecto para las geniales Ros y Punto y La Mujer Tirita como primerizas conejitas Playboy de indias; y además la producción, ya vista en Barcelona, creo que es fantástica.

Empezamos con un poquito de mal pie, nunca mejor dicho, porque llevábamos al tx en sillita de ruedas por un percance que tuvo hace un mes que le obliga a tener la pierna en alto. Un numerito, vamos. Afortunadamente teníamos palco con lo que teníamos espacio para maniobrar. Pero lo hicimos mal, porque pensando en la comodidad de Mr. Tx, lo pusimos a él delante conmigo y dejamos a las chicas detrás. Meeeec. Error. En los palcos de la tercera planta no se ve nada en la segunda fila. Y nada es nada. Y tx, aún delante, recostado en la silla de ruedas veía menos aún. Vamos, que el único que veía bien era yo. Qué desastre.

Y encima la primera parte era de hora y media porque juntaban los dos primeros actos. Y es una ópera en la que no hay números cerrados, con lo que no hay aplausos y no se puede uno movilizar. Situaciones desesperadas necesitan medidas desesperadas, Mrs Lovett, que diría Sweeney Todd. Esperé hasta el lied de Marietta. Hice un amago de aplauso a ver si el público me seguía pero nada, no hubo nada que hacer, me quedé en solitario con algún otro caso aislado de más abajo. ¡Rayos! Pues se acabó. Nos movimos todos. Intentamos causar el mínimo ruido (y creo que fuimos bastante discretos) y en un minuto nos habíamos cambiado los cuatro de sitio, moviendo cuatro sillas y una de ruedas. ¡Éxito! Las chicas se pudieron incorporar para ver bien (porque en los palcos de arriba, si te apoyas, ya lo ves todo) y nosotros medio medio, pero otra cosa no se podía hacer. Y además perfecto, porque justo se pusieron delante cuando empiezan los cambios de decorados a partir de la escena del sueño.

Cuando acabó el primer acto estaban encantadas. Visita a todo correr por el teatro, porque sólo había un entreacto y hubo que hacer todo el deambulatorio del segundo piso, salir a la terraza y subir a la cafetería de arriba en 20 minutos empujando la sillita. Saludos varios (Hola Alf, Hola Joaquim & Co, qué rabia sólo hablar 30 segundos) y de vuelta al palco.

La tarde resultó un éxito. ¡Y ya me han pedido que les recomiende qué ver la temporada que viene!

Sobre la representación ya hablaré, que el miércoles voy ya a mi turno de abono en mi butaquita de arriba en Paraíso.


Mira

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